Todos tenemos más o menos claro qué es una novela y qué es lo que esperamos de ella, pero los libros que no son novelas son más escurridizos. Ahí hay divulgación, ensayos, memorias, manuales y otros, y a menudo los juntamos y los etiquetamos salomónicamente como “no ficción”, así como dando a entender que no sabemos exactamente qué son pero al menos tenemos una idea aproximada de lo que no son… Aunque luego nos encontramos con que la no ficción puede llegar a contener bastante ficción y eso lo complica todo.
Entiendo que la calidad literaria de las novelas no depende de si estas incluyen más o menos hechos demostrables o documentados en otras publicaciones, pero si leemos libros de no ficción suele ser con la intención de aprender cosas y por consiguiente la ausencia de ficción en ellos sí que debería ser uno de los indicadores más importantes de su validez.
El problema es que para detectar trolas en un libro de no ficción de forma sistemática es necesario que tu nivel de conocimiento sobre el tema sea superior al que ostenta el autor del libro, y eso no suele darse porque normalmente los libros que tratan sobre cosas que ya sabemos no nos aportan nada y raramente nos predisponemos a dedicarles nuestro tiempo.
Sirve de ejemplo un libro de texto de Santillana en el que ponía que Galileo inventó el telescopio y que con él demostró la teoría heliocéntrica que dice que los planetas y las estrellas giran alrededor del sol, que un padre aficionado a mirar el cielo por las noches lo vio y lo fotografió y lo puso en las redes sociales para que los internautas más avispados se riesen y soltasen comentarios sarcásticos sobre nuestro sistema educativo. Ese libro, sin embargo, estaba pensado para alumnos de la ESO y su conocimiento del universo era más modesto que los de los mordaces internautas. Es probable que muchos de ellos no sólo aceptasen el hecho de que Galileo había inventado el telescopio, que es algo que le podría pasar a cualquiera, sino que puede que llegasen a leer y releer el fragmento hasta aprehender la idea de que las estrellas giran alrededor del sol, lo que choca un poco con las teorías actualmente vigentes en el campo de la astronomía.
El reto es pues detectar, a poder ser antes de leerlo, si es susceptible de incluir fragmentos de ficción un libro de no ficción que trata sobre un tema que no dominamos.
Un truco fácil es mirar la solapa del libro. A veces basta con ver la foto del autor, a algunos se les ve a la legua que son unos fantasmas. Por si su aspecto físico no fuese suficiente, es probable que también encontremos ahí un pequeño texto biográfico que nos de una idea más concreta de qué tipo de persona es, si tiene estudios, si esos estudios tienen alguna relación con los temas sobre los que escribe, si recibió algún premio relevante, si ha publicado algo en algún sitio de prestigio, etcétera.
Inspeccionar la solapa nos proporcionará así estimaciones rápidas de la credibilidad del contenido de los libros, pero es un sistema falible. Tanto el texto biográfico como el aspecto físico del autor son bastante fáciles de tunear para aparentar erudición.
Hasta Pilar Rahola, por ejemplo, pasaba por PhD por simple método de apuntar en su bio que tenía dos doctorados.
Y quizá hasta Risto Mejide parecería un divulgador serio si se quitase las gafas de sol, se dejase crecer el pelo y se lo alborotase un poco.
Suena a chiste, pero me temo que tendemos a confiar más de lo normal en cualquier individuo cuyo look evoque un poco al del Dr. Emmett Brown de Regreso al futuro, con los peligros que eso comporta.
Un lector despistado que agarrase un libro de la sección de ciencia del Corte Inglés, mirase la solapa y viese a Eduard Punset con el pelo alborotado y la mirada alegre, podría llegar a creer que se encuentra ante el mejor divulgador que tenemos en España. El ex ministro ha perfeccionado tanto su mimetismo que en algunas fotos hasta nos muestra la lengua en un gesto de entrañable locura que seguramente busca homenajear a Albert Einstein.
El problema es que Punset es el ejemplo paradigmático de autor que no sabe de lo que habla y se hace la picha un lío tratando temas que se le escapan. Un día, después de dedicarse profesionalmente durante años a entrevistar a algunos de los científicos más importantes de nuestro tiempo, afirmó ante las cámaras: “yo he aprendido más de los animales que de los hombres” y puede que estuviese en lo cierto. Logra salirse con la suya porque se dirige a un lector que tampoco es experto en los temas que trata, pero no puede culparse al lector de no dominar todos los temas que trata Punset, porque Punset, como la mayoría de autores de divulgación que hablan de lo que no saben, abarca una cantidad de temas espeluznante. En sus libros salta de una disciplina a otra con la agilidad de un simpático saltamontes. Lo mismo te habla del principio de incertidumbre de Heisenberg que de la flora intestinal del rinoceronte de Sumatra, y lo mismo le da alabar las excelencias del método científico que la psicoastrología kármica o los poderes telequinéticos del doblador de cucharas Uri Geller. Si sabes algo de química igual te das cuenta de que patina cuando exige libertad para los “polímeros encadenados”, pero luego quizá te cuela cosas raras sobre la gestión emocional, y si eres neurólogo igual sospechas que se está inventando lo de que “mediante procesos exclusivamente cerebrales se puede influir en las vinculaciones genéticas y cambiarlas” pero quizá te la cuela luego cuando explica que la primera bacteria “soltaba unas señales preguntando asustada si había por ahí alguien más”, aunque también es verdad que ha llegado a perpetrar algunas punsetadas capaces de crear un desconcierto universal, como la de que “hasta hace muy poco tiempo, éramos lo más parecido que puede haber a los crustáceos, del cuello para arriba éramos idénticos porque la mente estaba dentro y por lo tanto no la veíamos, y en el exterior estaba la calavera o la nuca para que todo el mundo la viera y comprendiera.”
Le han dado un montón de premios por sus labores como comunicador, escritor y pensador, pero cada día son más los escépticos y los gamberros (capitaneados en Twitter por una tal Daurmith) que ven sus programas de la tele y leen sus artículos y sus libros con la única intención de compartir online los fragmentos más disparatados.
Es por todo esto por lo que resulta útil conocer otro truco que nos ayudará a adivinar enseguida si un libro de no ficción incluye ficción, que es tan fácil o más que el de mirar la contraportada pero todavía más fiable. Consiste en abrir el libro por el final y mirar si contiene referencias.
Por referencias no me refiero a que el antiguo jefe del autor nos asegure que es un trabajador puntual y proactivo. Me refiero a que las afirmaciones que aparecen en el libro, o al menos la mayor parte de ellas, estén respaldadas por pequeños numeritos que se correspondan con pequeñas notitas que indiquen de qué estudios o de qué documentos proceden tales afirmaciones.
Parece fácil, y en muchos institutos de educación secundaria tratamos de convencer a los chavales para que incluyan referencias en sus trabajos, y a veces les suspendemos si no las incluyen, pero no todos los editores son tan quisquillosos.
En la España del siglo XXI, encontrar libros con las referencias bien puestas es algo tan poco común que, para no estresarme, he empezado a considerar también como si tuviesen “referencias” los libros que al menos incluyen bibliografía, aunque no es exactamente lo mismo. Con las bibliografías uno nunca puede estar seguro de si indican los libros de los que el autor ha sacado la información o simplemente indican otros libros que tratan el mismo tema. Ni siquiera podemos descartar que las añada luego algún becario de la editorial. Algunos libros de Punset, por ejemplo, contienen bibliografía, pero otros libros suyos publicados en otros sellos carecen de ella.
Cuando tenga mi propia macro-cadena de librerías os pondré los libros de no ficción en estantes separados según si contienen referencias o no las contienen, para facilitar las decisiones de compra, pero hoy día los libros de no ficción suelen estar clasificados por temáticas y, para estimar su credibilidad, hay que ir abriéndolos uno a uno.
Es evidente que algunos géneros se prestan más a las referencias que otros, y no sorprende a nadie que los géneros que más se prestan a las referencias sean también los géneros que menos se prestan a las trolas. A más new age, menos referencias. A más ciencia, más referencias. El gen egoista de Richard Dawkins, La rebelión de las formas de Jorge Wagensberg y el Pensar rápido, pensar despacio de Daniel Kahneman, por ejemplo, contienen referencias, pero no las contienen el Manual del sanador vibracional de Ted Andrews, El yoga tántrico de Jean Riviére ni el Cabaret místico de Alejandro Jodorowsky.
Aunque también es verdad que cuanto más nos adentramos en las ciencias duras como la física o las matemáticas, las referencias se vuelven más escasas, supongo que porque sus autores consideran que sus fórmulas hablan por sí solas o que si alguien no se fía de lo que le estamos contando que se construya su propio acelerador de partículas. Me di cuenta de que el mundo era mucho más complejo de lo que parecía a simple vista cuando caí en que Por amor a la física de Walter Lewin no contenía referencias, pero que sí que las contenía La pareja multiorgásmica de Chia y Abrams.
Las secciones de las librerías dedicadas a la psicología merecen ser exploradas con calma porque en ellas conviven lomo con lomo dos escuelas muy diferentes: la del estudio del comportamiento humano en general (que suele estar más referenciado) y la del estudio del propio ombligo del autor (que suele estar menos referenciado). Desgraciadamente, la mayoría de libros que reparten consejos para ser mejores y triunfar en la vida y en el amor pertenecen a la segunda categoría. Hete ahí el Cómo hacer amigos e influenciar a las personas de Dale Carnegie, el Sex Code de Mario Luna o el Aprenda PNL en sólo 21 días de Harry Alder. Afortundamente, también hay algunos híbridos que tratan de observar científicamente el comportamiento humano en general y a partir de éste extraen una sabiduría que reparten en forma de autoayuda referenciada que puede llegar a ser muy recomendable. Hete ahí el 59 segundos de Richard Wiseman, el Predictably irrational de Dan Ariely, o incluso el How to fail at almost everything and still win big de Scott Adams.
En las biografías buenas también suele haber referencias. En las autobiografías no tanto, porque el autobiógrafo suele considerarse a sí mismo una fuente fidedigna de credibilidad contrastada, como si La vida desaforada de Salvador Dalí fuese a ser menos verosímil que La vida secreta de Salvador Dalí por haber sido escrita por Ian Gibson en lugar de por el propio pintor.
En lo que se refiere a las artes y las humanidades, la mayor parte de autores parecen considerar que las referencias no son necesarias, pero también hay más o menos excepciones dependiendo de cada arte y cada humanidad concreta. En los libros sobre cantantes y grupos de música pop rock, poquitas hay, pero sí que están muy bien referenciados el Escucha esto de Alex Ross, La historia del jazz de Ted Gioia y el Cómo funciona la música de David Byrne. En las artes plásticas, aunque tampoco abundan, las encontré por ejemplo en La vida privada de los impresionistas de Sue Roe y, por supuesto, en todos los libros de Ernst Gombrich. En la sección de cine sólo las encontré en el Moteros tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind, los demás solían contentarse con algunos listados de las películas y sus correspondientes fichas técnicas.
Curiosamente, libros sobre tebeos como el Supercómic y La novela gráfica de Santiago García tienden a estar mejor referenciados que muchos libros sobre otros medios más ligados a lo que se suele considerar la alta cultura. Se nota ahí un esfuerzo consciente por dignificar y darle un poco de respetabilidad al mundo de las viñetas.
Sin embargo, lo que sería especialmente urgente dignificar son los libros de las secciones de deporte, salud y bienestar, porque están jugando con la vida de las personas y en ocasiones de forma bastante imprudente, llegando a recomendar algunas dietas hiperprotéicas que entrañan más peligro que cruzar un puente de Calatrava en un día lluvioso. Algunos libros como El método Dukan de Pierre Dukan dejan a su paso una estela de enfermedades y riesgos metabólicos que harían palidecer a los editores del Necronomicón. No sorprenderá a nadie que no contengan referencias. De hecho, encontrar referencias en un libro sobre comida es más difícil que encontrar una ración de chistorra y patatas bravas en el tupperware de Letizia Ortiz, pero no paré hasta dar con una excepción: el Comer sin miedo de J.M. Mulet.
En las secciones de espiritualidad y de gestión empresarial, ni excepciones encontré. Ahí no había referencias ni en el Dios vuelve en una Harley de Joan Brady, ni en El tao de la salud, el sexo y la larga vida de Daniel Reid, ni en Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva de Stephen R. Covey, ni en el ¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson.
En la popular colección de libros Tal cosa para dummies tampoco.
En las secciones de sociología e historia, sin embargo, sí que abundan los libros referenciados, desde La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper a L’esquella de la Torratxa de Jaume Capdevila, pasando por La conquista de lo cool de Frank Thomas, El holocausto español de Paul Preston o La doctrina del shock de Naomi Klein, pero también hay unos cuantos que se arriesgan a entrar en temas controvertidos sin mencionar fuentes comprobables, como el Cataluña hispana de Javier Barraycoa. Y luego también hay linces como César Vidal que a veces ponen referencias inventadas con la tranquilidad que les da el saber que la mayor parte de nosotros no tenemos tampoco intención de leerlas ni mucho menos de comprobarlas, nos basta con saber que están ahí para sentirnos más arropados.
Os pego aquí mi artículo de enero en la Revista de Letras.
Si nada se tuerce el miércoles sale otro.
Los Sparks tienen una canción llamada Lighten up, Morrissey en la que el narrador le pide a Morrissey que afloje un poco y deje de ser tan perfecto y tan ingenioso, porque la chica del narrador es fan del cantante de los Smiths y el narrador tiene la impresión de salir perdiendo en las comparaciones. Es una canción muy chistosa por la forma en que caricaturiza nuestra tendencia a idealizar a estrellas del pop-rock pese a los numerosos indicios de que la mayoría de ellas son un poco impresentables.
Sirve de ejemplo la última trastada del propio Morrissey: empeñarse en publicar su libro de memorias Autobiograhy en la colección Penguin Classics. Vete a saber cómo fueron en realidad las negociaciones pero, si nos hemos de fiar de la prensa, los editores del pingüino habrían preferido sacar esa autobiografía en una colección en la que encajase, pero el cantante amenazó con rescindir el contrato si no le hacían un rinconcito ahí junto a Mark Twain y Gustave Flaubert.
La bajada de pantalones de Penguin Books dio pie a numerosas reflexiones sobre la literatura y el negocio editorial. No es sólo que el libro sea flojo ni que seguramente lo haya escrito un negro, es más que nada que etiquetarlo como clásico es un poco como cargarse una palabra que, si bien ya era bastante polisémica, no solía todavía incluir autobiografías de cantantes de pop-rock ochentero.
Imagino que hubo un tiempo en que sólo era clásico lo propio de la Grecia clásica y la Roma clásica, pero luego a medida que nos adentrábamos en el futuro fuimos aceptando como clásicas las grandes obras de cada periodo, las que perduraban en el imaginario colectivo, y el clasicismo empezó a perseguir a la modernidad hasta casi pisarle los talones. Los clásicos del cine incluyen ya por lo menos todas las películas que sean en blanco en negro, las emisoras de rock clásico suelen haberse plantado en los 70, los aficionados al balompié llaman clásico a cualquier partido entre el Madrid y el Barça.
En literatura nadie duda que habrá unos cuantos autores contemporáneos que tarde o temprano serán considerados clásicos, pero el protocolo habitual era esperar por lo menos a que murieran antes de clasificarlos como tales. David Foster Wallace, por ejemplo, apuesto a que llegará el día en que colará como clásico, pero aún no porque su cadáver todavía está tibio.
Al poner la obra de Morrissey al lado de la de pesos pesados como Homero, Herman Melville, Joseph Conrad o Karl Marx, se presta a comparaciones que pueden ser un poco desafortunadas, como en la canción de los Sparks. No cuesta mucho imaginarse a Morrissey cantando ahora Lighten up, Charles Dickens o Lighten up, Victor Hugo. Y podríamos llenar páginas enumerando las diferencias más o menos sutiles que separan al cantante de los Smiths de sus compañeros de colección, pero la más conspicua sigue siendo que él todavía ejecuta funciones vitales como respirar, alimentarse (aunque sólo sea de legumbres y ensaladas), excretar, moverse, relacionarse, y, lo más interesante desde el punto de vista editorial, generar un volumen de negocio gigantesco, el equivalente inglés y sofisticado de lo que en España serían las memorias de Belén Esteban.
El ruido de vestiduras rasgándose se oyó de lejos, las burlas de los aficionados a leer los clásicos de verdad fueron inclementes, no quieran ustedes ni imaginarse lo afilado de las puyas de los fans de Oscar Wilde. La indignación llegó a unas cuotas dignas de causas con más repercusión en el mundo real.
Hay bastante consenso en que lo de Morrissey en Penguin Classics fue un crimen, sí, pero ojo, creo que vale la pena fijarse en que ha sido un crimen sin víctimas. ¿Alguien se ha visto perjudicado? Morrissey y los editores no, desde luego. El libro se habría vendido bien en cualquier colección, pero seguramente en Penguin Classics se está vendiendo todavía mejor porque es tan chistoso que esté ahí que no somos pocos los que nos divierte hablar de ello, dando lugar a lo que los expertos en marketing conocen como publicidad gratis.
Según algunos críticos, puede que el prestigio del cantante no se vea perjudicado, pero el prestigio de la colección ha recibido una estocada mortal. Y lo de esta estocada mortal suena muy dramático pero no parece tener ninguna consecuencia negativa en la vida de los lectores ni de los editores. Por no hablar ya de la posibilidad de que el asunto llegase a perturbar el merecido descanso de los otros autores de la colección, que también se ha escrito mucho sobre la hipótesis de que estén revolviéndose en sus tumbas con tal inquietud que podríamos conectarlos a generadores eléctricos y solucionar los problemas de abastecimiento energético de las próximas cuatro generaciones. ¿Acaso la obra de Shakespeare no es lo suficientemente sólida como para no sentirse mancillada por otros libros con los que tenga que compartir estantería? Las memorias de Morrissey empiezan diciendo “Mi infancia son calles sobre calles sobre calles. Calles para definirte y calles para confinarte, sin señal de carretera, autopista o autovía”; pero dudo que las carreras de Tolstoi y Proust se vean perjudicadas por ello, es más, puede que incluso aumenten sus ventas a rebufo de la polémica.
Seamos honestos: la broma de Morrissey podría incluso ser intencionada. Aunque sea una estrella del pop-rock, creo que es lo suficientemente listo para ver diferencias entre su prosa y la de Fiódor Dostoievski. En los ochenta se ponía ramos de flores en el culo y salía con ellos a los escenarios a cantar estupendas canciones sobre luces que nunca se apagaban. Quizá ahora tampoco le importa arriesgarse a hacer un poco el ridículo para atraer la atención de los medios, vender libros como churros, y, ya puestos, reflejar parte de esa atención hacia las grandes joyas de la literatura universal. Fuese esa su idea o no, está claro que el asunto ha servido para que nos acordemos un poco del inmenso patrimonio literario de la humanidad, de todas esas obras imprescindibles que no siempre tendremos tiempo de leer, porque son muchas, incluso si nos ponemos estrictos y contamos sólo las que ya han pasado por el filtro del tiempo.
¡UNA VERSIÓN MUCHO MÁS LARGA Y COMPLETA
Y CON BASTANTES MENOS PIFIAS ORTOGRÁFICAS
ESTÁ A PUNTO DE VER LA LUZ EN FORMA DE LIBRO
QUE ENSEGUIDA ESTARÁ DISPONIBLE EN PAPEL Y EN DIGITAL!
Después de la fabulosa década de los 90 había empezado una nueva década que no sabíamos ni como se llamaba. Eran tiempos curiosos. Manu Chao y José María Aznar estaban en la cresta de la ola, y ser mileurista todavía se consideraba una vergüenza, no un privilegio. Empezaba un nuevo siglo y un nuevo milenio, los coches voladores debían estar a punto de convertirse en una realidad y el futuro se desparramaba ante nosotros con la majestuosidad de las bandejas de chipirones y calamares en un buffet libre oriental.
Yo estaba a punto de terminar la carrera y andaba hecho un lío. Estudiar había molado, trabajar me daba un poco de mal rollo. En cualquier momento iba a convertirme en un ingeniero y no es que no me gustase la ingeniería en sí, es que no me entusiasmaban las condiciones en las que parecían trabajar los ingenieros que yo conocía. Mis amigos que ya habían terminado la carrera y se habían puesto a trabajar parecían haber envejecido de repente. Se ponían americanas y camisas de color azul claro y engordaban y vivían en tétricas oficinas de las que sólo salían un ratito cada noche, para ir a casa a dormir. Algunos llegaban a tiempo para cenar, otros ya habían cenado una pizza frente al ordenador. No estaba seguro de querer esa vida y fantaseaba con otras formas de ganarme el pan. Tenía novelas a medio escribir, pero escribir novelas también es duro, y mucho más trabajoso de lo que parece a simple vista. También había hecho algunos tebeos con mi amigo Miquel para la revista de la universidad. Yo guionizaba y Miquel dibujaba, y hacer tebeos parecía mucho más fácil y divertido que hacer novelas o que encerrarse en una oficina.
La revista de la universidad se llamaba Distorsió, y los cómics que sacábamos en ella eran coñas de pocas páginas, muy endogámicas, con un humor muy adaptado al microcosmos del campus. No eran para todos los gustos pero nosotros nos divertíamos haciéndolos y teníamos algunos lectores entusiastas. Miquel y yo nos reíamos de cosas parecidas, éramos un buen equipo. En una ocasión había prescindido de Miquel y había dibujado yo mismo mi guión y la revista universitaria se había negado a publicar algo con tan mal aspecto. Su principal objeción era que estaba hecho a boli. Me enfurruñé mucho. Al final lo publicaron, en un número posterior, pero primero repasaron los dibujos con rotring.
Los cómics con guión mío y dibujos de Miquel tenían mejor acogida. Nuestro greatest hit había sido uno de divulgación y especulación sobre la hipotética vida sexual de los estudiantes de telecos. En esa ocasión el que se había enfurruñado había sido el director de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Telecomunicación de Barcelona, que había ido al despacho de la revista a explicar que eso que habíamos hecho era inadmisible y que dañaba la imagen y el prestigio de la universidad. Los editores de la revista se portaron entonces como unos cracks, y, si publicamos una carta disculpándonos por haber dibujado penes, fue sólo porque nos apetecía disculparnos, porque nos parecía muy chistoso. Este era pues nuestro currículum antes de empezar con lo del Listo.
Además, por aquel entonces ni siquiera leía muchos cómics. Ahora, leo bastantes, me he ido aficionando, en parte para estar al día del state-of-the-art, pero también porque sí, porque a muchos autores buenos los he descubierto de mayor. De pequeño me había leído algún Spirou, todos los Tintins y todos los Astérix, pero luego había dejado de banda los tebeos en favor de las novelas. No lo había decidido en plan snob, lo juro, fue un proceso natural e inconsciente. En mi defensa alegaré que muchas de las novelas que leía eran novelas de ciencia-ficción o novelas negras, géneros que tenían tan poco glamour o incluso menos que los tebeos. Los domingos leía el Pequeño País, eso sí, y de vez en cuando me compraba la revista El Jueves y los álbumes de Ivà y de Mauro Entrialgo, pero poco más.
El caso es que un día me pillé el Jueves, me imaginé a mí mismo pensando chistes tan graciosos o más que los que se publicaban ahí, me envalentoné y corrí a convencer a Miquel para hacer un proyecto juntos y mandarlo al semanario a ver si nos contrataban y nos ahorrábamos el tener que buscarnos un trabajo de verdad.
Mi idea para ese proyecto era alternar observaciones cotidianas a lo Ángel Sefija con divulgación científica y batallitas narradas en primera persona y protagonizadas por un personaje sabiondo y arrogante, capaz de opinar de cualquier tema que le pusiesen por delante. El proyecto y el protagonista se llamarían El Listo porque era un nombre que tenía mucha fuerza y porque siempre me ha parecido interesante vivir en un país de cazurros en el que el adjetivo listo se usa más como insulto que como halago. Me parecía que, dado que ya había muchos cómics de humor con protagonistas idiotas y muchos cómics de otros géneros con protagonistas estupendos, sería novedoso hacer humor sobre los problemas y las neuras de un protagonista que fuese relativamente inteligente, un poco con la moraleja de que el intelecto no lo es todo. La verdad es que en aquel momento creía estar inventando un personaje fresco y original. Luego me he dado cuenta que lo que tenía en la cabeza era más o menos un Frasier Crane rejuvenecido.
De todas formas, el Listo ha ido evolucionando con el día a día, ganando en matices y puliendo su personalidad, y no sé vosotros pero yo le he cogido mucho cariño, aunque no se me escapa que la primera descripción del personaje y los primeros guiones eran una mierda pinchada en un palo. Sin embargo, en pleno subidón de testosterona de los veintipocos, sí que se me escapaba, y agarré un sobre grande y marrón y metí en él la descripción del proyecto, una docena de guiones mecanografiados y dos páginas dibujadas por Miquel. Y podría haber mandado el sobre por correo pero ideé una estrategia mucho más ambiciosa: llevarlo en persona a la redacción del Jueves. Pensé que quedaba más serio y que con un poco de suerte me encontraría con el Albert Monteys o con el Álvarez Rabo o con la Chica del Viernes. No sé si estaban porque no pasé de la recepción, dónde una señora muy amable pero completamente vestida me dijo “ahá, bueno, vale, déjalo aquí” y se quedó con el sobre.
Pasaron algunos meses, terminé la carrera y todavía no había recibido respuesta. Como soy un hombre precavido, me enfrenté a mis miedos y me busqué un trabajo de lo mío.
El trabajo que encontré, todo hay que decirlo, fue peor de lo que había imaginado. Había temido pasarme un montón de horas diseñando satélites y robots y estaciones espaciales, y descubrí que tras un contrato de ingeniero en prácticas podían esconderse un montón de horas de anodinas tareas ofimáticas (Word, Excel, Powerpoint, Word, Excel, Powerpoint, Word, Excel, Powerpoint, etcétera). Salía de casa a las ocho de la mañana y volvía a casa a las ocho de la noche, anímicamente devastado. Cuando los jefes se despistaban, leía Dilbert online, y los fines de semana me ponía a hacer guiones como loco, porque me enteré de que Scott Adams había empezado siendo un oficinista gris y había terminado siendo un comiquero multimillonario de prestigio internacional y yo también quería algo así.
Mientras tanto, Miquel se sacaba carreras y doctorados de dos en dos, y encima tenía novia y tocaba el bajo en una banda de rock. No estaba para tantas tonterías como yo, que dedicaba gran parte del día a pulsar las teclas Ctrl+C y Ctrl+V y a fantasear con que me comía el mundo, de manera que busqué otro dibujante. Encontré a Guille, que por aquel entonces era joven e inocente y todavía no se había dado cuenta de que no necesitaba ningún guionista. Cuando se dio cuenta me busqué otro dibujante. Y encontré a Octavi, que fue el que me duró más, y empezamos a subir los cómics a la red de redes.
Poner un cómic online hoy en día es lo más natural del mundo pero a principios de siglo era algo raro que, al menos que yo supiese, sólo hacía Scott Adams. No me constaba que existiesen los webcómics ni los blogs, ni había smartphones ni Twitter ni Facebook, eso seguro. Sí que había Geocities, y molaba un mogollón. Ni se nos pasaba por la cabeza que algún día llegase a haber algo más molón que Geocities. Y allí hice mis primeras webs, sin WordPress ni Comicpress. Por no tener yo no tenía ni conocimientos rudimentarios de HTML. El siglo pasado no se enseñaba HTML en los institutos ni en las carreras de telecos. De CSS ya ni hablamos. La primera página del Listo fue elaborada con más ilusión que talento, y con el procesador de textos Microsoft Word. Escribía lo que quería que saliese en la web como si fuese un documento de texto normal y le daba a «guardar como» seleccionando la extensión htm. Y como no se podían dejar comentarios, monté también un foro en Melodysoft, en el que entraba la gente a escribir burradas antes de que este comportamiento se conociese popularmente como hacer el troll, y por aquel entonces nos parecía divertidísimo.
De vez en cuando también entraban en el foro lectores que nos daban a entender que nuestros cómics les gustaban y eso daba ganas de hacer más. Octavi dibujaba más lento de lo que yo guionizaba y al final empecé a colgar en la web mis propios garabatos. Primero de forma ocasional, luego ya aceptando mi destino de llanero solitario. Para que os hagáis una idea de mis inseguridades como dibujante os diré que algunas de las primeras tiras en la elaboración de las cuales prescindí de Octavi se llamaban Tinieblas, Tinieblas 2 y Tinieblas 3 y trataban sobre la tenebrosa costumbre de hacer el amor con las luces apagadas. Dibujaba los globos de diálogo asegurándome de cerrar bien los contornos y rellenaba el resto de la viñeta de negro.
Hablando de tinieblas, dejar de colaborar artísticamente con alguien es chungo, es un poco como romper con tu pareja sentimental: habéis compartido cosas, habéis hecho planes juntos, etcétera. Tratas de llevarlo lo mejor que puedes, tratas de ser amigos. Tratas de convencerte a ti mismo de que todo irá bien, que ha sido lo mejor que podía pasar, que encontrarás a otra persona o que no necesitas a nadie, que has soltado lastre.
Madre mía, menudos tres lastres solté yo. El primero quizá no publica tebeos en ninguna revista, pero en el IEEE publica artículos que llevan títulos como Hessian and concavity of mutual information, differential entropy, and entropy power in linear vector Gaussian channels; el segundo sigue dibujando y es ya un pez gordo de la redacción del mismísimo Jueves, y el tercero es un ilustrador de prestigio que, aunque no tenga tiempo para dibujar cómics regularmente, hace un par de años puso online cuatro viñetas sobre videojuegos y con ello obtuvo una Mención de Honor en The Escapist Webcomic Contest (prestigioso concurso yanki en cuyo jurado estaba Ryan North).
Pero bueno, con dibujantes buenos o sin ellos, el Listo estaba destinado a grandes gestas que procedemos a relatar. La primera de ellas fue el salto del noveno arte al séptimo arte, sin ni siquiera pasar por el octavo. En 2005 la productora mexicana Cosa de dos realizó la primera adaptación cinematográfica de una tira del Listo. La duración de la película era de un minuto aproximadamente. Los del Youtube la toleraron unos meses pero luego la censuraron porque no cumplía sus rigurosos estándars morales. Se ve que el portal de videos más importante de internet no quiere ni oír hablar de pezones de chica. En el vídeo salían también pezones de chico, pero esos no generaron ningún problema. Ojalá se conservase alguna copia. Yo lo flipé. Ver a dos personitas desnudas en una cama recitando un diálogo de tres líneas que había escrito yo me hizo mucha ilusión y sirvió de inspiración para una serie de micrometrajes que realizamos el año siguiente con los amigotes.
Inciso: tú te lees algún libro sobre Orson Welles o Stanley Kubrick y parece que hacer cine sea lo más difícil del mundo, pero no lo es. Hacer cine es fácil, sobre todo desde que existen cámaras digitales a precios asequibles. Hoy en día para hacer una buena película lo único que se necesita es talento. Y si no te planteas la limitación de que la película tenga que ser buena, ni siquiera lo del talento es indispensable.
En aquel momento quizá no éramos conscientes de ello, pero creo que estábamos muy influenciados por un movimiento fílmico vanguardista danés que se llamaba Dogma 95 y que se oponía al uso de tecnologías cinematográficas elaboradas. El año 2005 ya no estaba tan de moda como lo había estado en los noventa, pero nosotros conectamos con su esencia e incluso fuimos un poco más allá: trabajamos con actores aficionados para obtener ese toque de frescura que raramente se consigue con actores profesionales, rechazamos los efectos especiales y las iluminaciones sofisticadas, y, ya puestos a rechazar, hasta rechazamos los ensayos. Íbamos al cuarto en el que teníamos un ordenador, elegíamos la tira, tratábamos de memorizar los diálogos, íbamos al comedor, filmábamos. Si se nos escapaba la risa, repetíamos la toma. La primera toma en la que nadie se equivocaba ni se partía de risa era la buena. Luego pusimos títulos de crédito con música guai, mayormente jazz clásico, y letras blancas tipo Windsor sobre un fondo negro, como en una película de Woody Allen. No puedo creer que los Premios Goya de ese año se los llevara casi todos Mar Adentro.
Pero los del Jueves seguían sin llamarme y mi trabajo de oficinista gris era un coñazo. Me busqué otro que tampoco era ninguna maravilla pero trabajaba menos horas y cobraba el doble. Sobre el papel, sin embargo, parecía un trabajo de menor categoría. Estaba subcontratado «por obra y servicio» para el servicio técnico de una poderosa empresa de telefonía, en un submundo digno de aparecer también algún día en algún tebeo. Se suponía que trabajábamos para solucionar problemas urgentes, y eso nos obligaba a estar ahí de las siete de la madrugada a las tres de la tarde o de las tres de la tarde a las once de la noche, según el turno, pero los del turno madrugador no empezaban a trabajar hasta las diez que era cuando llegaban los jefes, y los del turno de noche se tocaban los huevos a partir de las siete de la tarde, que era cuando los jefes se iban a casa. Los clientes podían pasarse días y días con la línea telefónica cortada antes de que les atendiésemos, pero nosotros ganábamos horas de interneteo. Era un poco aburrido, todos ahí, bebiendo cerveza y jugando a primitivos juegos online, y el aburrimiento lleva al sopor y el sopor lleva al lado oscuro. Empecé a mandar correos no deseados. En mi defensa, querría alegar que era joven y gañán y que en aquella época no estábamos tan concienciados con la etiqueta online porque el spam no era algo tan generalizado como hoy en día. Mucha gente guai ponía sus direcciones de email en todos lados con la ilusión de que los mindundis les escribiésemos, y era difícil resistir la tentación.
Ya en mis tiempos de ingeniero pre-venta había entrado en ignotos foros de Melodysoft a recomendar mi webcómic sin que viniese a cuento (perdón), pero fue entonces que me puse a escribir a autores a los que admiraba explicándoles eso, que los admiraba, que me gustaba mucho su trabajo y que yo también hacía cómics y que me encantaría que les echasen una ojeada y me diesen su opinión. Seguramente hoy en día haces esto y te mandan a la carpeta de spam directamente, pero a principios de siglo éramos todos más inocentes, y recibí respuestas amables de cracks de la talla de Forges, Calpurnio, Juanjo Sáez o Mauro Entrialgo. Es probable que ellos ya ni lo recuerden, pero a mí me ayudó un montón a seguir adelante. De hecho, me entusiasmé y llegué a mandar el link de mis chorradas a celebrities que no tenían nada que ver con el mundo de los tebeos, llegando a cartearme, con resultados desiguales, con Pilar Rahola o el jefe de la Secretaría de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias.
Es que por aquel entonces el príncipe Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia estaba a punto de casarse con la reportera Letizia Ortiz Rocasolano, y por la tele hablaban de ellos a todas horas y decían todo el rato que eran ambos muy guapos y cosas así. Y ya sabéis cómo es la envidia en España: corrieron rumores de que la periodista no solamente carecía de sangre azul sino que ni siquiera era virgen, y coincidió con que estábamos haciendo un cómic sobre trucos para encontrar trabajo y nos pareció interesante que, en una viñeta en la que se hablaba de la importancia de tener contactos influyentes, se diese a entender que nuestro héroe podría haber sido un examante de la futura de reina de España y que podría tratar de usar esa experiencia extracurricular de cara a conseguir un buen empleo.
Era la primera vez que me dirigía por escrito a una futura reina, así que traté de usar un registro formal y un tono de aristocrático vasallaje: “Hola, somos un par de dibujantes de cómics amateurs que desde nuestra humildad queremos felicitar al Príncipe y a Doña Letizia por su unión. También desde nuestra humildad hemos querido tener un pequeño detalle para con ellos, dedicándoles el último cómic de nuestra página www.listo.tk con un guiño a la futura Reina de España en una de sus viñetas.”
Pasó el tiempo y nos olvidamos del asunto, pero luego un día sucedió algo raro con mi conexión a internet. Trataba de consultar el correo y no lo lograba. A principios de siglo en las viviendas del vulgo no llegaba todavía ni la fibra óptica ni el ADSL. Cuando te conectabas a internet no podías realizar llamadas telefónicas y si alguien te llamaba a veces se cortaba la conexión y el que te estaba llamando oía pitidos raros. Tampoco era habitual el uso de webmails, el correo solía venir en POP3 y había que descargarlo del servidor al ordenador antes de consultarlo, lo que podía tardar varios segundos o incluso minutos, durante los cuales era costumbre quedarse atontado mirando como avanzaba una barra de progreso y rezar para que los archivos adjuntos no fuesen powerpoints con frases de autoayuda y fotos de gatitos. Pero ese día la barra de progreso no avanzaba. Apagué el ordenador y volví a encenderlo. Lo mismo. Lo volví a intentar varias veces. Parecía que se me había estropeado el módem, pero en realidad el problema era que alguien me había mandado un mensaje tan inmenso que tratar de apreciar el movimiento de la barra de progreso era como tratar de apreciar el movimiento de la aguja de las horas en un reloj analógico. Cuando el mensaje finalmente se descargó, resultó que no llevaba título ni texto alguno. Era un mensaje en blanco con un misterioso archivo adjunto. La extensión del archivo lo identificaba como mapa de bits. El remitente del mensaje era la Casa Real Española.
Abrí el BMP y me encontré con una imagen que también estaba en blanco. Luego descubrí que dándole varias veces al zoom out iba apareciendo una carta escaneada en la que ponía lo siguiente: “Estimados amigos: Me complace acusar recibo y agradecer su correo electrónico del pasado 20 de mayo, en el que tienen la amabilidad de felicitar a Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias por Su reciente enlace matrimonial. Sus Altezas Reales me encargan que, en Su nombre, les envíe un cordial saludo. Cordialmente, JAIME ALFONSÍN”.
Misterio resuelto: la Casa Real no sólo iba adelantada a su tiempo en lo que a escribir con muchas letras mayúsculas se refiere, también debían tener una conexión a internet de puta madre, porque en lugar de responder los correos electrónicos copiando y pegando un texto estándar en el cuerpo de un mail, lo que hacían era imprimirlo en hojas de papel de alto gramaje, que luego sellaban, se las hacían firmar al secretario jefe, las escaneaban una a una a muy buena resolución y las mandaban en forma de mapa de bits. O quizá sólo me lo mandaron en ese formato a mí, como venganza por el cachondeito.
Esta anécdota suele ser bien recibida, a mucha gente le parece gracioso que tratase de contactar con Doña Letizia y que me contestase un secretario jefe, pero recuerdo que la conté en una fiesta del TMEO y recibí como respuesta un tibio “Bah, eso no es nada, mi primo se la folló bajo un camión en las fiestas patronales de su pueblo.”
Otra tontería típica de comiquero novato es entusiasmarse con el merchandising. Se ve que el protocolo habitual es primero hacerse famoso y luego aprovechar esa fama para vender camisetas y sacarse unos duros, pero a mí me pareció que si iba haciendo ya las camisetas todo eso que iba adelantando y que los que se las pusiesen se convertirían en hombres-anuncio y eso allanaría el camino hacia el Olimpo de la fama. Yo mismo me ponía a veces camisetas de mi propio webcómic, para vergüenza ajena de algunos tiquismiquis que lo consideraban una falta de decoro. Y, en una época en que madrugaba mucho y me pasaba el día adormecido y atontado, cometí el error de ponerme una para ir al trabajo, con desastrosas consecuencias.
Como los del Jueves seguían sin responder y mi trabajo de técnico de telefonía parecía un callejón sin salida, me había apuntado a una lista de sustituciones de profesores. En aquella época si eras ingeniero ya no te obligaban a hacer ningún curso de certificación de aptitudes pedagógicas, pude apuntarme directamente a dar clases de Tecnología, Tecnología Industrial, Electrotecnia y ciclos formativos de todo tipo, desde Mecánica a Peluquería. Los ingenieros somos así de chulos. Afortunadamente, la sustitución que me salió fue para un ciclo formativo de Informática, que era un tema que no dominaba con gran maestría, pero al menos me sonaba. Y ahí empecé a trabajar con críos. Bueno, los más jóvenes ya tenían sus buenos 16 años, pero hoy en día mimamos mucho a la chavalería y a esas edades todavía son muy críos y gustan de explorar cosas nuevas y jugar y hacer travesuras. A la que vieron llegar un profe que también era muy crío y llevaba una camiseta en la que ponía www.listo.tk, no tardaron ni un minuto a conectarse ahí a ver qué había. Yo trataba de convencerles para que programasen una aventura gráfica en un entorno de texto a lo MS-DOS y ellos lo que hacían era trastear en mi foro. Cuando llegué a casa, esa tarde y también las siguientes, me pasé un rato borrando hilos de mensajes absurdos que incluían imágenes de ultraviolencia, cadáveres en descomposición, sexo muy bruto y cosas así. Años más tarde, en las noches de insomnio y angustia existencial, todavía me persigue el recuerdo de una foto concreta en la que salía un niño muerto de unos seis años, con las cuencas de los ojos vacías y la boca llena de larvas.
Y ahora os voy a hablar de mis relaciones con la prensa y los periodistas, porque ha llegado el momento, no porque quiera buscar algún paralelismo entre los cadáveres en descomposición y el estado actual de la industria periodística.
En 2004 salió una reseña de El Listo en El País de las Tentaciones que decía tal que así: “Es joven, pero no sobradamente preparado. Le llaman EL LISTO y protagoniza unas historietas digitales ilustradas con vivencias muy de hoy creadas por Águeda y Oki. De este cómic virtual español van ya 15 capítulos en pantalla. Y cada 15 días, uno nuevo.”
Ahora sois todos tan adultos y/o tan modernos que seguro que lo consideráis basura para adolescentes, pero en aquellos tiempos el Tentaciones era lo más, con su Cuttlas, su Alter Rollo, su Vida Mostrenca y sus imaginativos reportajes sobre las características de la generación X y el legado artístico y espiritual de Kurt Cobain. Y aunque esa reseñita no abrió muchas puertas ni trajo mucho subidón de tráfico a la web, moló un montonazo igualmente, y mi teoría es que al mostrarla por ahí otros lectores más o menos periodistas se creyeron que el Listo era digno de ser reseñado y estas cosas funcionan en plan profecía autocumplida. Algo que sale en la prensa porque parece importante seguramente parece importante porque sale en la prensa.
Así, a lo largo de estos 10 años han mencionado los cómics del Listo en medios tan modernos como Radio 3, Miniguide o Le Cool y en medios tan tradicionales como el ABC, El Mundo o el Diario de Bergantinos, en revistas juveniles como Cuore o el El Jueves, y en periódicos de mayores como el Noticias de Álava o El Correo, en radios universitarias online como Uniradio o Radio Art y en radios normales como COM Ràdio, la COPE, Catalunya Ràdio o la SER, también en teles tan chungas como TVE y Antena 3, e incluso en el Público, La Información, el ADN, el Qué, El Economista, El Confidencial y el Ciberpaís. Normalmente ha sido en contextos de interneteo, emprendedurías o curiosidades de la vida, más raramente en contextos relacionados con los tebeos. A la mayoría de expertos en el noveno arte de este país todo lo relacionado con los cómics online todavía se la suda bastante.
Tengo dos teorías no excluyentes para tratar de explicar por qué los expertos en cómics pasan de los webcómics. Una es que, como son expertos, saben lo que es bueno y no pierden el tiempo con lo que no lo es. La otra teoría es que son unos perracos que sólo leen lo que les pasan las editoriales en forma de ejemplares de prensa.
En todo caso, gracias al Listo he tenido el placer de tratar con periodistas, y ha sido muy interesante. Algunos periodistas de la vieja escuela antes de ponerse a escribir sobre algo quieren entrevistarse con el responsable de la cosa. Uy. Hablar con alguien, que éste lo grabe o tome notas y luego escriba lo que has dicho y tú lo leas, es una forma muy traumática de darte cuenta de que al hablar decimos tonterías y nos liamos y raramente expresamos exactamente lo que pensamos que estamos expresando. Por fortuna, hoy en día el oficio de periodista ya no es lo que era, y a menudo las entrevistas se pueden hacer en pijama, cada uno en su casa, gracias a la magia del correo electrónico. Habrá a quién no le guste, habrá a quién le parezca que sustituir una entrevista “de verdad” por un par de mails es hacer trampas (y que se nota cuando lo lees, porque el diálogo no fluye), pero el entrevistado poco acostumbrado a que lo entrevisten gozará de horas y horas de repasar y reescribir respuestas hasta dejarlas total y absolutamente satisfactorias. Luego las releerá una vez más y las mandará a un entrevistador que, en ocasiones, para no irse a dormir con la sensación de haber trabajado poco, pillará una frase que dentro de la entrevista tenga un sentido pero descontextualizada tenga otro, y la pondrá, bien grandota, a modo de titular.
Gracias al haber sido entrevistado por los medios, ahora soy consciente de que cuando leo la prensa en diagonal y sólo miro los titulares no me estoy enterando de nada. No tengo tiempo tampoco de leerlo todo en profundidad, pero bueno, al menos ya no me engaño a mí mismo. He llegado a la conclusión de que si algún día me convierto en un magnate de la prensa, sólo dejaré redactar titulares a los periodistas que saquen puntuaciones muy altas en las pruebas de comprensión lectora. Os juro que una vez en una entrevista dije “Podría parecer que A pero en realidad B” y la frase que apareció encabezando la entrevista fue el fragmento “A”.
Y una vez salió una reseña sobre la Antología del webcómic en un periódico de esos fachas que cuando crece el paro todavía culpan a Zapatero. La Antología del webcómic era un librito de 160 páginas editado por David Prieto en cuyo prólogo escribí “Entre 2003 y 2009 se han publicado mil millones de webcómics (aproximadamente) y tener que elegir sólo algunos no debe haber sido tarea fácil” creyendo que, en un contexto claramente humorístico, la cifra mil millones era lo suficientemente absurda para interpretarse como un chiste. El periódico, sin embargo, no estaba escrito en tono humorístico y afirmó que: “Desde 2003, según recuerda Águeda en las líneas que presentan la edición, son miles, incluso millones, los webcómics lanzados a la red”. Miles, incluso millones. Lanzados a la red. Quizá no tendríamos que dejar que los periodistas de la sección de cultura de los periódicos fuesen todos de letras.
En la radio es más difícil tergiversar, pero es un clásico grabar entrevistas hechas por teléfono y luego fingir que el entrevistado está hablando en directo cuando se emite el programa. De ahí que en varias entrevistas radiofónicas se me oiga equivocándome al saludar, en plan “buenos días, perdón, buenas noches” o cosas así. Una vez me entrevistaron para una radio universitaria de México y era en directo, pero me lié igualmente entre días y noches porque la universidad estaba en otro huso horario.
En todo caso, para trolas, la televisión. En 2008 salí en un programa cuya premisa era que una reportera recorría España conociendo internautas y alojándose en sus casas. Los internautas la agasajaban y le mostraban los sitios molones de cada localidad. Daba muy buen rollo, pero era casi todo ficción. María era simpática y atractiva, más de un internauta hubiese dado un brazo por acomodarla en su guarida, pero cohabitar con reporteras de buen ver no suele ser tan fácil como parece en la tele. Antes de empezar a grabar me explicaron el guión del recorrido, me mostraron el bar molón al que iríamos (que se suponía que era el que yo conocía y recomendaba), y me pidieron si podía traer algo de merchandising para hacer como que se lo regalaba espontáneamente. Si hubiese tenido algo nuevo se lo hubiese regalado de verdad porque soy un gentleman, pero sólo le traje un par de camisetas usadas porque en aquel momento eso era todo el merchandising que tenía en casa, y, justo después de filmar el plano en el que ella finge sorpresa y agrado y da a entender que son unas camisetas estupendas para ir a la playa, ya me las devolvió. La moraleja es que cuidado con los medios de comunicación de masas, que manipulan hasta en los asuntos más banales e intrascendentes, imaginen lo que debe pasar con las informaciones importantes que mueven intereses políticos y financieros.
Esa entrevista moló mucho, quedó de puta madre y es quizá la más vista de todas mis intervenciones en los medios, por algún motivo que desconozco la siguen emitiendo y reemitiendo de vez en cuando, tanto en Neox como en Antena 3 Internacional. Mis alumnos lo vieron, y fue un poco como salir del armario. Por suerte, la mayoría de ellos eran prácticamente analfabetos y no llegaron a visitar la web. El cachondeo al que me sometieron no tenía que ver con el hecho de que el profe dibujase cómics de temática adulta, simplemente venían y me gritaban el nombre del canal de televisión en el que me habían visto: “¡Neeeeeeox! ¡Neeeeeeox!”.
Inciso: en vistas de que los tebeos no tenían pinta de convertirse en el sustento de mi vejez, me había puesto a estudiar unas oposiciones, y al primer intento me tumbaron, pero al segundo intento conseguí una plaza de profesor de Tecnología de la ESO en un instituto del extrarradio; de manera que los chavales con los que trataba en aquella época eran más jóvenes y menos aficionados al interneteo que los que me colgaban las fotos de cadáveres en el Melodysoft.
Por otro lado, al ser entonces ya un honorable funcionario de la Generalitat de Catalunya, reflexioné sobre la responsabilidad que este nuevo cargo acarreaba, y empecé a sospechar que mi afán de mantener una apariencia seria y respetable ante los chavales sería difícil de conciliar con mi afán de hacerme famoso dibujando burradas por internet. No parecía que fuese a ser fácil elegir uno de los dos caminos, especialmente teniendo en cuenta que lo más probable era que, hiciese lo que hiciese, no consiguiera ni una gran fama en los medios ni un gran respeto en las aulas. Tras pensarlo muy fuerte, elegí priorizar la microfama por encima de la apariencia de respetabilidad, no sólo porque la recompensa parecía mayor, sino porque también el camino parecía mucho más fácil y divertido.
No me arrepiento. Unos años más tarde me mandaron al instituto en el que trabajo ahora, que es menos chungo, y en el que abundan los chavales que leen de todo y googlean los nombres de los profesores para cotillear, y no pasa nada. Me explicaron que hay otro profesor que también sale mucho en internet, porque fue diputado en el Parlament y además escribe artículos en Libertad Digital, y tampoco pasa nada.
En todo caso, puedo garantizar que los chavales que leen cómics suelen ser los más listos de la clase. Yo cuando les doy temas de Informática insisto mucho en que hasta que no cumplan los 18 no deberían conectarse a internet sin la supervisión de un adulto, pero lo digo más que nada para cubrirme las espaldas, por si a alguna madre no le gusta que sus hijos lean mis viñetas, que vaya haciéndose a la idea de que la culpa es suya.
Conozco varios casos de artistas que tratan de disociar su personalidad como autor de cómics de su personalidad como trabajador en campos en los que hacer humor podría no estar bien visto, lo que puede llegar a generar hilarantes complicaciones dignas de teleserie. Algunos tratan de rodearse de un halo de misterio, otros llegan a inventarse biografías ficticias. Es como ser esquizofrénico pero adrede. No me parecería correcto desvelar nombres, pero un caso célebre en el mundillo es el de un prestigioso pintor de arte contemporáneo serio y un dibujante de divertidísimos cómics guarros que, pese a firmar con nombres diferentes, son la misma persona. Los datos que suelen aparecer cuando se habla de él como artista serio deben ser bastante reales, pero todo lo que pone en las contraportadas de sus tebeos es trola. Secretos así son difíciles de mantener en la era de la información digitalizada, deberíais ver los pollos que se montan en la Wikipedia entre los partidarios del conocimiento verdadero y los partidarios de que se respete la intimidad de la gente y que los artistas sigan tomando el pelo a sus lectores.
Sin embargo, si no tienes múltiples personalidades que ocultar, la Wikipedia es una maravilla. A los más pequeñajos les hace también especial ilusión encontrar profesores en la popular enciclopedia online. Dentro de sus cabezas, aparecer en la Wikipedia es sinónimo de fama y de riquezas y de un estatus social poco compatible con trabajar de lunes a viernes. Eso les confunde. A modo de ejemplo os diré que un día en clase de 2º de la ESO salió el tema de los Premios Nobel y un niño levantó la mano y me preguntó con toda su candidez si yo tenía alguno de esos. Si lo preguntó sólo para chotearse lo disimuló muy bien. Estuve a punto de subirle la nota.
Otra cosa que da mucho glamour y que se puede compaginar sin problemas con una carrera docente es participar en exposiciones. Recuerdo la primera con especial ternura. La lió Juan Ramón Mora y trataba sobre la especulación inmobiliaria. No tuve ni que mandarle originales, le mandé archivos en TIF, él los imprimió en cartón pluma, y ya está. La exposición se llamaba Especula en acción y se inauguró en Málaga, pero luego se hizo itinerante y corrió por toda España. El hecho de pasarnos por el forro del prejuicio ancestral de que sólo las obras originales merecen ser expuestas permitió que la itineración fuese mucho más fluida, llegándose a dar casos de bilocación en los que las mismas obras se exhibían en varias poblaciones de forma simultánea. Algunos de los chistes expuestos deben conservar todavía su vigencia, pero el mío caducó en menos de dos años, porque hice una tira que trataba con optimismo la posibilidad de que la burbuja inmobiliaria explotase. Es que era 2006 y muchos jóvenes insensatos dábamos por sentado que la explosión iba a molar porque los especuladores se pegarían una hostia y caerían los precios de las viviendas, pero la burbuja explotó en 2008 y no moló. Ahora España está llena de expertos en economía especializados en practicar la predicción retrospectiva que te lo analizan todo de puta madre y te cuentan que ya se veían a venir el saqueo, pero la mayoría de ellos son unos fantasmas, en 2006 ni se nos pasó por la cabeza que los hijos de puta que nos gobiernan amortiguarían la hostia de los especuladores a base de jodernos a nosotros, desmantelando la educación, la sanidad y los derechos de los trabajadores.
Después de esa exposición vinieron otras, la mayoría con fines solidarios y divulgativos, con temas como el desempleo, la libertad de prensa, los desastres ecológicos en parques naturales… pero no todo iba a ser sufrimiento en esta vida, también dibujé una lluvia dorada para una muestra de humor gráfico erótico que hicieron en Cuba y que me hubiese encantado visitar pero me pillaba lejos. Y también participé en una exposición de humor gráfico sobre la relación entre Catalunya y España en la que casi todos los viñetistas parecían estar muy concienciados con la causa patriótica menos yo, que siempre he sido más de quemar banderas que de enarbolarlas. La exposición estaba organizada en diferentes bloques temáticos y a mí me pusieron en uno titulado “No ens entenen”.
De todas formas, lo que consagra realmente un artista es que le dediquen una exposición retrospectiva en un museo. Eso sí que chana y lo demás son niñerías. Cuando dedicaron una exposición al Listo en el Museo del Cómic de Calpe me emocioné tanto que me sentí obligado a levantar el culo del sofá e ir a verla, lo que implicó una buena excursión en tren y autobús y la necesidad de pernoctar fuera de casa.
Calpe, por si alguien no lo sabe, es la California del Mediterráneo, y así consta por escrito en las tumbonas que alquilan en sus playas. Está cerca de Benidorm, para que os hagáis una idea, y hacen unos buenos arroces y tienen un peñón muy bonito y muchos equipamientos culturales.
En Barcelona se hablaba a veces de construir un Museo del Cómic, pero el proyecto todavía no había arrancado ni había muchas esperanzas de que llegase a hacerlo. Era bonito que una localidad tan poco céntrica como Calpe ya tuviese el suyo.
“Bueno”, nos confesó una calpina con la que trabamos amistad y hablamos del tema, “esto es cosa del alcalde que había antes, que montó muchos museos y cosas así porque le gustaba mucho…”
Hubo una pausa dubitativa. La calpina sabía lo que quería decir pero estaba tratando de encontrar el eufemismo adecuado para no parecer desconsiderada.
“¿Le gustaba mucho la cultura?”, dije yo tratando de ayudarla a terminar la frase.
“Bueno… no tanto la cultura como las placas, ya veréis”.
No entendí exactamente a qué se refería hasta que dimos una vuelta por el pueblo y en una plaza vimos una placa que decía “Plaza inaugurada por Francisco Javier Morató” y en la plaza siguiente vimos otra placa parecida, y fue empezar a fijarse y verlas por todos lados, en los edificios, en las estatuas, en las fuentes. La densidad de placas por cada metro cuadrado de superficie urbanizada superaba la de cualquier otra población que hubiese visitado en mi vida. Si habéis estado en París me diréis que en París también hay muchas placas por los sitios, pero no se puede comparar porque París es mucho más grande. Por otro lado lo de Calpe es más divertido porque sus placas, en lugar de llevar nombres como Proust, Joyce o Chopin, llevan todas el nombre de Francisco Javier Morató, el inaugurador.
Sin embargo, podéis reíros de los calpinos todo lo que queráis, pero ellos tenían un Museo del Cómic y nosotros no. No era un museo tan grande como el Louvre, pero era de dos plantas, y en la fachada, a parte de una placa con la cara del Corto Maltés y el nombre de Francisco Javier Morató, había un trompe-l’oeil muy interesante, con Supermán volando y Spiderman pegando saltos. La entrada era gratuita y no había exposición permanente. Durante esa temporada todo el museo estaba dedicado a mis garabatos. No eran originales, pero estaban bastante bien imprimidos y enmarcados. Sólo en un par de ellos se les habían quedado aplastados bichitos entre el papel y el cristal. En un alarde de buen gusto, las obras más verdes de entre las que les había mandado las habían puesto en el piso de arriba, alejadas de las miradas de los abuelitos poco predispuestos a subir escaleras. Un conserje custodiaba el edificio y, como tampoco había las colas multitudinarias del Louvre, aprovechaba para hacer manualidades de cuero con la ayuda de una navaja y un tubito de pegamento instantáneo.
Me parecía muy fuerte tener todo un museo dedicado a mi obra, y me entraron muchas ganas de celebrarlo. Busqué un supermercado y estuve un buen rato dudando si comprar champán o comprar alguna bebida no alcohólica, porque no estaba seguro de cómo reaccionaría el conserje de la navaja si le montábamos un botellón en el museo. El conserje y el arma blanca que manejaba eran ambos de tamaño considerable, y el hecho de que la exposición hubiese abierto sus puertas a principios de junio y yo no hubiese podido acercarme a Calpe hasta finales de agosto lastraba un poco el argumento de que esa exposición había que inaugurarla y que el champán suele considerarse la bebida reglamentaria de las inauguraciones. Opté por la prudencia, y nos pegamos un buen brindis de zumito multifrutas todos los asistentes.
Todos los asistentes sumábamos un total de seis personas: la directora de los Museos de Calpe, que se llamaba Amparo y era muy simpática, dos compañeros suyos del curro que también nos cayeron muy bien, el conserje de la navaja, mi señora y yo. No estoy seguro de si también se podría considerar una falta de protocolo muy grave o qué, pero, ya puestos, firmé el libro de visitas de mi propia exposición. Era muy gordo y estaba casi todo en blanco, pero algún comentario amable había, a parte de los que puse yo y los que puso mi señora, y también un par de quejas por una viñeta en la que dos anoréxicas comentaban favorablemente lo mucho que había adelgazado una de ellas desde que tenía el sida.
Creo que fue una exposición histórica, de esas que marcan un antes y un después. Concretamente, después de exponer las viñetas del Listo, el Museo del Cómic de Calpe cerró sus puertas definitivamente, pero Amparo me dijo que no había sido por eso.
Me recordó una vez que me entrevistó un periodista al que justo después de entrevistarme echaron del periódico en el que trabajaba. También me dijo que no lo habían echado por eso, y, para que no se pudiese considerar perdido el ratito que le habíamos dedicado a lo de mandarnos mails con las preguntas y las respuestas, puso la entrevista en un Google Sites.
Pero bueno, a lo largo de estos diez años también he colaborado con bastantes revistas y fanzines, y no todos han cerrado. Sí que han cerrado Le Potage, el Weezine y la edición en papel del Cretino, pero los demás, que yo sepa, todavía no.
Y soy muy fan de cualquier publicación que no se avergüence de incluir viñetas del Listo en sus páginas, porque eso suele significar que sus editores tienen un sentido del humor que conecta con el mío, pero algunas de ellas merecen mención a parte, cada una por motivos diferentes.
Por ejemplo, de los fanzines Kristal y Monográfico, entre otras muchas cosas, hay que admirar que intentasen repetidamente colorear mis dibujos pese a que son un poco incoloreables porque no siempre cierro las líneas que delimitan los contornos de los personajes.
Y la revista del Colegio de Educadoras y Educadores Sociales de Catalunya (CEESC), destaca porque fue la primera que apostó por nuestros garabatos y porque hasta se dignó a pagar por ellos, lo que constituye un indicio más de que la gente que se dedica a la educación social son buenas personas. El problema que querían chistes que tratasen precisamente sobre educación social y costaba hacerlos porque, a parte del de ser buena gente, carecen de clichés y arquetipos tan fácilmente caricaturizables como los de los ingenieros, los psicólogos o los economistas. Sudé un montón en cada tira. Cada vez que conocía una educadora social le pedía que me contase anécdotas de trabajo para sacar ideas, y lo que recopilaba eran historias muy tristes, más fáciles de adaptar en forma de melodrama o de novela gráfica que en forma de tira cómica.
Hay familias que viven en Menorca y nunca han visto el mar. Hay niños violados por sus propios padres que rayan y se mean en los coches de las educadoras sociales que tratan de ayudarles. Hay drogadictos capaces de cometer todo tipo de atrocidades para sufragar su adicción. Hay viejos que agonizan en soledad y en condiciones poco higiénicas. Algo de humor podía sacarse de esas historias, pero era un humor bastante negro, poco apropiado para una revista de un colegio profesional. Tras mucho cavilar terminaba saliendo algún gag, y luego teníamos que retocar los diálogos hasta que pasasen el filtro de unos editores especialmente versados en el arte del eufemismo. En lugar de escribir la palabra «viejos», por ejemplo, nos pedían que escribiésemos «abuelos» independientemente de si hablábamos de personas con o sin descendencia directa, en lugar de «perdedores» recomendaban poner «personas con problemas», y en lugar de poner «abusos sexuales» preferían que hablásemos de «desgracias», sin concretar. Las tiras, claro, terminaban quedando poco chistosas, pero nos las publicaban y nos las pagaban, lo que constituye un hito al que raramente nos hemos vuelto a acercar. Todavía me queda la sospecha de que quizá todo ello formase parte de algún proyecto humanitario para minimizar los riesgos de exclusión social de los dibujantes de cómics underground.
Y, hablando de exclusión social, también fardé mucho por publicar garabatos en la revista Mundo Latino de Israel, porque me da morbo que me lean en paises exóticos a los que me daría miedo ir de vacaciones. Pero un día me pidieron si podía hacerles una viñetilla para celebrar la liberación de Guilat Schalit y, aunque parecía un reto muy interesante, me acojoné y rechacé el encargo. Antes, por supuesto, consulté la Wikipedia para ver quién era Guilat Schalit. El pobre diablo era un soldado israelí al que los militantes de Hamás habían capturado en 2006 y no soltaron hasta que, cinco años más tarde, se pactó su liberación a cambio de la liberación de un millar de presos palestinos. Si fuese un tema de etarras contra guardiaciviles les hacía un chiste en un plis, pero la Franja de Gaza me pillaba lejos y me venía un poco grande, y además me daba un poco de yuyu pensar que mi público potencial eran los malos de los cómics de Joe Sacco.
Por su parte, Tinta de Calamar, el blog gastronómico de la Cadena Ser, destaca porque trata exclusivamente sobre gastronomía, un tema que también desconozco bastante, aunque mis padres me educaron muy bien y raramente dejo comida en el plato. Como agradecimiento por mis viñetas, una navidad me regalaron una botella de limoncello y dos botes de torreznos, y un día que no era navidad me invitaron a cenar al Hotel Hilton, que tiene un montón de estrellas, pero no me dejaron ir con mi chica, me vi obligado a compartir mesa con el director del hotel, una señora de RRPP y media docenita de periodistas especializados en turismo y gastronomía.
A cada plato y a cada botella de vino que servían los acompañaban las explicaciones del chef Cristóbal Pío en persona. Cristóbal parece majo, pero yo no estoy acostumbrado a movidas refinadas, me sentía un poco fuera de lugar. Los tentempiés que nos dieron antes de la cena me parecieron muy raros y no sabía si tenía que sorberlos o comerlos con cucharilla, pero lo que más me pilló por sorpresa fue que, al llegar, el director del hotel tratase de quitarme el abrigo. Me puse a la defensiva porque en los bolsillos tenía cosas importantes y temía por ellas, pero resultó que el director del hotel sólo quería mi abrigo para colgarlo él en un perchero. No llegamos a forcejear, pero sí que me hizo pasar un poco de vergüenza. Luego ya compensé mi metedura de pata y demostré tener muchas más tablas que los periodistas especializados en turismo y gastronomía, porque de toda la mesa fui el único que se terminó los postres y todas las copas de vino que nos sirvieron. Esa pandilla de advenedizos no debían tener ni idea de la pasta que valía todo el chocolate que dejaron en el plato con el cuento de que ya estaban llenos y todo el vino que se fue por los desagües con el cuento de era lunes por la noche y al día siguiente madrugábamos.
Pero, así en confianza, aunque aprecio el lujo y la sofisticación, lo que más ilusión me hace es salir en el TMEO y El Estafador, porque son publicaciones 100% comiqueras, llegan a un montón de gente con sentido del humor, y se les puede enviar de todo, de lo más cursi a lo más bruto, sin restricción temática ni manías de ningún tipo. Nunca me han devuelto una viñeta ni me han pedido que hiciese cambios en ningún chiste. Está claro que saben lo que se hacen. Lo que sigue siendo un misterio es por qué lo hacen.
El editor de El Estafador es Javirroyo, prologuista de este libro y uno de los mejores humoristas gráficos de España. Si le preguntas por qué se molesta en editar una revista de humor gráfico de periodicidad semanal, suele responder diciendo que por las fiestas. Imagino que bromea, porque la creación de contenidos online no parece el atajo más rápido hacia el mundo del ocio nocturno, pero sí que son fiesteros los estafadores, sí, eso es algo que se puede comprobar empíricamente, y así los conocí yo, un día que celebraban no sé qué del jamón y pasé a ver qué tal y me dieron una loncha, y, cuando ya llevaban algunas cervezas en el cuerpo, me pidieron que les mandase cosas. Ojalá las entrevistas de trabajo funcionasen todas así. Y a veces montan cenas, a veces montan conciertos, un día montaron una merienda en la que según el flyer iba a haber música en directo del grupo Amaral y luego al cabo de un par de días sacaron otro flyer en el que explicaban que el grupo había cancelado la actuación, así en plan chistoso pero arriesgando a que se llenase el local de fans del pop aragonés.
Otra cosa muy curiosa que montan a veces es lo de los conciertos ilustrados, que son como un concierto normal, pero con una gran pantalla en la que, en lugar de proyectar imágenes de bailarinas contoneándose, proyectan lo que vamos dibujando mientras suena la música. Si se hace bien queda muy bonito.
Los músicos estarán acostumbrados a hacer lo suyo con gente mirando, y a algunos estafadores también se les ve muy capaces de improvisar con envidiable virtuosismo, pero a mí no me salió muy fino la primera vez que lo intenté. La verdad es que no soy yo muy de dibujar bien, y menos en público, yo soy más de ir pensándome los chistes despacio, a lo largo de la semana, mientras voy en bicicleta o me ducho o asisto a reuniones del claustro escolar o lavo los platos o espero a que el dentista termine de arrancarme una muela cariada, y luego, ya con la idea bien asentada, me siento yo también y los dibujo con la calma, y después los escaneo y con el Photoshop voy borrando todos los tachotes, que raro es el día en que me sale todo a la primera sin tachotes. Ponerme a improvisar viñetas en directo en un escenario era una temeridad, pero si algo se me da peor que dibujar en público es decir que no a propuestas divertidas.
De todas formas, en el primer concierto ilustrado en el que participé no vino casi nadie a vernos y hubo problemas técnicos que retrasaron tanto el inicio del show, que, cuando empezó, los pocos que habían venido vernos ya se habían ido, y eso rebajó un poco la tensión. En el segundo, que sí que empezó puntual y sí que se llenó de público, ya iba más familiarizado con mis limitaciones improvisatorias y me había planeado un poquito lo que dibujaría y no quedó mucho peor que cuando dibujo en casa. Y ahí aprendí además uno de los secretos de la magia del rock and roll: que todo lo que se haga sobre un escenario parece mucho más molón que lo que se hace a ras del suelo y que la gente que asiste a conciertos suele ser gente entusiasta que lo aplaude todo.
Era el concierto ilustrado que montó El Estafador para celebrar su nº 100, y tocaba un grupo indie molón que se llamaba La Estrella de David. Los que estuvimos dibujando canciones éramos una pandilla de pintamonas considerable, pero nos habíamos organizado bien los turnos, y fue una experiencia muy gratificante. Además había guest stars de nivel. Sería poco elegante decir nombres, pero ahí había uno de los dibujantes más prestigiosos de España y del mundo, de los que reciben encargos para diseñar mascotas olímpicas y colecciones de tazas de entidades bancarias. “¿Has visto quién está ahí?”, le pregunté a mi señora, orgulloso de compartir escenario con una celebridad. “Vaya si lo he visto, si hasta me ha tirado los trastos cuando tú estabas distraído”. Afortunadamente, mi señora no se había dejado tentar por el glamour del dinero, la fama, el prestigio social y el talento artístico, y, pasado el susto inicial, hasta me hizo ilusión que un famoso hubiese intentado ligársela.
El mes siguiente hubo una cena de El Estafador y empezamos a rememorar el concierto y resultó que se trataba de una anécdota muy común. “Ostras, a mí mi churri también me dijo que le había tirado los trastos”, decía uno. “A la mía también se los tiró”, decía otro. «Y a la mía”, etcétera. Mi señora y yo nos sentimos un poco menos especiales. Por otro lado, ahora veo al ilustrador famoso con otros ojos. A parte de su fama, prestigio y talento, admiro también que a sus 60 años el tío sea más proactivo en el cortejo que toda mi pandilla de amigotes juntos en nuestra época universitaria.
Y ya que hablamos de fama, prestigio y talento, hablemos del TMEO, que aquí en Barcelona sólo lo conoce una élite muy cultivada, pero en otras tierras es una revista con bastante tirón popular.
No es una revista normal, de esas que encuentras fácilmente en quioscos, papelerías y aeropuertos. Sí que la puedes encontrar en muchas librerías especializadas de España, pero tampoco es ese su hábitat natural. Su hábitat natural son las barras de los bares del País Vasco.
Es que tiene una doble red de distribución: por un lado la red de distribución normal y por otro la suya, la de toda la vida. Y la cantidad de ejemplares vendidos a través de la red de distribución normal es modesta comparada con la cantidad de ejemplares vendidos por la otra, que básicamente consiste en un señor con un carrito de la compra y una camioneta que va recorriendo los pueblos y sus bares.
Nadie es imprescindible, lo dicen tanto los libros de autoayuda que tratan de desestresarnos como los jefes que tratan de amenazarnos, pero si alguien se acerca bastante a lo que sería la definición de imprescindibilidad es el repartidor del TMEO. Varios temeolaris han manifestado su inquietud por lo que pueda pasar con la revista el día que el repartidor se jubile o se busque un trabajo serio. Se ve que en una ocasión saltó desde el escenario de un concierto de rock y cayó mal y la publicación del TMEO de ese mes se aplazó hasta que recuperó la movilidad del tobillo.
Estamos hablando de una revista con una tirada de 5.000 ejemplares, ojo, y que lleva desde los ochenta fiel a una filosofía tan libre y ácrata que es un milagro que todavía se publique regularmente excepto cuando un señor se tuerce el tobillo haciendo el punki.
Quizá ahora navegas un poco por internet y parece que hasta esté de moda meterse con la Familia Real y hacer chistes de etarras, pero durante 25 años los temeolaris fueron los únicos que se atrevieron a tocar los temas tabú de la Transición española, y lo hicieron con la más absoluta irreverencia y desfachatez.
En 1995, por ejemplo, los organizadores del Salón del Cómic de Barcelona encargaron la inauguración de la feria a la infanta Elena María Isabel Dominica de Silos de Borbón y Grecia, y el recorrido de la comitiva oficial, encabezada por la propia infanta, pasaba por delante del stand del TMEO, que precisamente ese año estaba repleto de revistas con una portada dedicada a “la boda de la Elefanta” cuya broma parecía construida a partir de la similitud fonética entre las palabras infanta y elefanta, sin que nadie pudiese siquiera imaginar que pocos años más tarde uno de los más impopulares escándalos reales estaría relacionado con la caza de paquidermos en Botsuana.
En la ilustración de dicha portada aparecían varios animales: una elefanta embarazada y lloriqueante; un rey león con corona de oro y botella en mano, emborrachándose; un príncipe jirafa hojeando un ejemplar de la revista Elle y babeando con lujuria, y una elefanta anciana en una silla de ruedas, con la columna doblada, consumiendo cocaína. No sabemos con exactitud qué animal representaba que era el novio de la elefanta, pero ella tenía pinta de haberle estado esperando mucho rato en el altar y se refería a él como «ese cabrón». Afortunadamente, antes de que el Juez del Olmo se pasase por el Salón del Cómic pasaron unos esbirros del servicio de protocolo de la Casa Real y sugirieron a los temeolaris que retirasen las revistas para evitar disgustos. La sugerencia fue aceptada y los ejemplares controvertidos fueron escondidos debajo del stand. El desfile real pudo realizarse sin contratiempos y después del paso de las autoridades volvieron a ponerse los TMEOs sobre la mesa como si España fuese un país libre.
En otra ocasión la cosa se complicó un poco más y los temeolaris tuvieron que vérselas con la Audiencia Nacional. Todo vino a raíz de unos agentes de la Guardia Civil que un día sintieron el impulso de detener la furgoneta del repartidor y registrar su contenido en busca de quién sabe qué. Y, aunque no encontraron ni drogas ni explosivos ni nada que pudiese considerarse ilegal en casi ningún país occidental, sí que encontraron un montón de TMEOs en cuyas páginas había indicios de pegatinas injuriosas. Sus detectivescas mentes llegaron a la conclusión de que la función de las presuntas pegatinas injuriosas era adherirse en equipamientos sanitarios, de forma que los lectores del TMEO pudiesen usarlas para miccionar y defecar, de forma simbólica, en las bocas de los personajes que en ellas aparecían caricaturizados, y que eran celebridades del mundo de la cultura y el espectáculo, entre ellas algunos miembros de la Casa Real. Afortunadamente, la denuncia fue desestimada por el juez tras lo que imagino como escenas dignas de un capítulo de Perry Mason dirigido por los hermanos Marx. El principal problema con el que se topó de morros el fiscal era absoluta inexistencia que las presuntas pegatinas injuriosas que habían motivado la denuncia. Lo que había incomodado a los agentes de la Guardia Civil era un producto que aparecía publicitado en un anuncio de broma, como tantos otros anuncios de broma que salían en la revista y que nadie en su sano juicio tomaría por anuncios de verdad. Si los hombres del tricornio hubiesen denunciado la publicación de un falso anuncio en el que se injuriaba a la realeza quizá hubiesen logrado asestar otra puñalada a la libertad de prensa, pero una denuncia contra unas pegatinas imaginarias no pudo prosperar ni siquiera en el loco contexto judicial del País Vasco de finales del siglo XX.
Aunque no todas las aventuras del TMEO fueron debidas a su tendencia a cachondearse del poder, también hubo algún que otro problemilla financiero. Resulta que, en un momento dado, la revista empezó el experimento de venderse por toda España a través de una distribuidora nacional (hasta aquel entonces sólo se distribuía con el carrito y la furgoneta por el circuito de bares del país vasco) y, llevados por el entusiasmo, sus editores cometieron la temeridad de empezar a pagar a los dibujantes. Cinco ejemplares más tarde tuvieron que aceptar el hecho de que estaban arruinados. El cierre de la emblemática revista era inminente. Las únicas pesetas que quedaban en las arcas del TMEO eran las que contenía un calcetín en el que el repartidor echaba la calderilla que le sobraba cuando hacía la ronda de cobros por los bares. Imagino la desolación del repartidor mientras volvía a su casa, hurgaba en la cesta de la ropa sucia hasta encontrar el calcetín y se ponía a contar monedas. Pero encontró ahí cien mil y pico pesetas, que en aquel entonces era una cantidad de dinero mucho más contundente de la que normalmente suele encontrarse en el interior de un calcetín, suficiente como para salvar de la quiebra una popular revista vasca que ya todos daban por muerta.
El caso es que la revista ya va casi por el número ciento treinta y el único TMEO que no llegó a publicarse fue el número once, y no fue por problemas con ningún borbón, fue sólo porque cuando lo llevaron a imprenta se dieron cuenta de que no habían puesto ningún número en la portada. El de la imprenta les preguntó qué número tocaba y el que llevaba los papeles trató de adivinarlo y dijo el doce, fallando sólo de uno.
Habiendo sacado el undécimo TMEO con el número doce llegó el momento de sacar el duodécimo e imagino que se barajaron las posibilidades de volver a poner el número doce, que era el que tocaba, o poner el once para que así los coleccionistas pudiesen jugar a tenerlos todos, pero al final decidieron pasar disimuladamente al trece, y los coleccionistas, pobres, todavía deben andar buscando el número que les falta.
Sirvan estas anecdotillas como muestras de la idiosincrasia temeil, que seguramente no nos llevará nunca a competir de igual a igual con la Random House pero que sigue proporcionando muchas alegrías y no pocas carcajadas.
En todo caso, ya no pagan a los dibujantes por las viñetas de cada revista, pero sí que lo hacen todavía cuando sacan álbumes recopilatorios. En 2011 sacaron uno del Listo, y el mismísimo Mauro Entrialgo me hizo el prólogo, y ése fue el momento cumbre de mi carrera artística, a partir de entonces me considero un autor importante y me tiembla menos la voz cuando hablo con tías buenas en las discotecas.
Me gusta mucho poner mis viñetas online, pero sacar un álbum en papel es un lujo, y que te lo prologue Entrialgo todavía más, porque es el mejor historietista de España.
Bueno, a ver, igual habrá enteradillos que dirán que el mejor dibujante de cómics de España es Paco Roca o algún otro, o que hacer tebeos es un arte, y que hacer arte no es como jugar a fútbol, y que por eso hacer rankings es una chorrada, pero no se me ocurren muchos chistes de otros autores que tengan la fuerza y la pregnancia de los de Mauro Entrialgo.
Tengo muchos tebeos suyos y la mayoría me los he leído varias veces. En los momentos más insospechados me acuerdo de sus chistes, y parece que casi cualquier situación de la vida haya sido analizada en Ángel Sefija o Plétoras de Piñatas. Mi personaje suyo favorito es el Demonio Rojo, un profesional de la lucha libre aficionado al estudio de la seducción y los rituales de apareamiento, precursor del movimiento PUA y padre espiritual de Mario Luna y Ross Jeffries aunque ellos no lo sepan; pero creo que, en general, la gente suele preferir a Herminio Bolaextra, un periodista tritesticular que se pasa el día drogándose y cometiendo gamberradas y que en una de sus primeras tiras apareció descrito como “un reportero malnacido y drogadicto, pero como persona extraordinaria”.
Los profesores de instituto tenemos unos pintorescos rituales llamados reuniones de equipo docente en los que leemos los nombres de nuestros alumnos y vamos comentando cómo va cada uno de ellos. Para casi todos los chavales de casi todas las clases solemos repetir variaciones de: “tendría que sacar mejores notas, no se esfuerza todo lo que podría”, pero de vez en cuando nos topamos con energúmenos más propensos a la jarana, el consumo de estupefacientes y la violencia que a los estudios. Cuando, siguiendo el orden alfabético, llegamos a ellos, los profesores empiezan a relatar agravios, y, aunque suele haber consenso en valorar poco positivamente su comportamiento, tarde o temprano algún profesor se llena el pecho de magnanimidad y se esfuerza por encontrarle alguna virtud al personaje. Dice que bueno, que a su manera el chungo de la clase no es tan mal chaval o que a su manera no es tan tonto o que en el fondo es buena persona. Y al oírlo no puedo evitar acordarme de Herminio Bolaextra y decir que sí, que “como persona extraordinaria”. Y como los compañeros del equipo docente no suelen partirse de risa ante el comentario, deduzco que la obra de Entrialgo no es todavía tan conocida como debería, lo cual me produce cierta tristeza.
Yo me la conozco lo suficiente como para citarla de vez en cuando pero tampoco tanto como para acordarme exactamente de todos los miles de chistes que atesora, con los problemas que eso conlleva. Por ejemplo, un día releía un viejo tebeo de Entrialgo y encontré algún chiste suyo parecido a algún chiste que había hecho yo luego. Juro que no copié adrede. Podría tratar de ampararme en un adagio de Jaume Perich que sobre estas coincidencias decía: “Es posible que alguna de las cosas que escribo las hayan leído antes en otra parte. No pretendo ser el único hombre inteligente del mundo”, pero no hay que descartar otras hipótesis más verosímiles, como que yo hubiese leído lo de Mauro, lo hubiese disfrutado, lo hubiese olvidado y luego lo hubiese recordado creyendo que me lo inventaba.
En general, imagino que debe ser raro encontrar comiqueros adultos que copien adrede, porque dibujar cómics de humor ofrece tan pocas recompensas a parte de la satisfacción personal por el trabajo bien hecho que que es absurdo arriesgarse al ridículo que supone que te pillen plagiando. Es cierto que hay autores que se prestan a hacer novelas gráficas que son adaptaciones de novelas o biografías en prosa, y también es cierto que en Argentina triunfa un tal Gaturro que se dedica a copiar descaradamente todos los chistes que encuentra por internet, pero creo que todavía se trata de excepciones. Lo que sí que pasa bastantes veces, sobre todo con los temas de actualidad, es que nos dejamos llevar por el entusiasmo del momento y vamos a lo fácil, dibujamos lo primero que se nos ocurre y luego resulta que a otros se les ha ocurrido la misma chorrada. ¿Os acordáis por ejemplo de cuando José Luis Rodríguez Zapatero llegó al poder molando tanto que sus fans le decían «Zapatero no nos falles»? Luego nos falló tanto que no fuimos pocos los que nos creímos graciosos haciendo un juego de palabras en el que, cambiando astutamente una a por una o, decíamos «Zapatero no nos folles». Os pido disculpas por la parte que me toca.
Lo que sí que hago a veces es aprovechar cosas que dicen o hacen mis amigos. Copiar de la realidad no parece tan malo como copiar de obras de ficción. Si copias de la realidad te sientes como un reportero, un cronista, un retratista generacional, aunque el esfuerzo imaginativo sea el mismo.
Mi amigo Óscar puso en su Facebook que cuando veía Intereconomía le entraban ansias independentistas, pero que cuando veía TV3 se le pasaban. Le pedí permiso para usar la frase en una viñeta, me lo dio, y la puse. Mi amiga Anna me comentó que le gustaba leer teatro porque había menos descripciones de paisajes que en las novelas. Me pareció un argumento muy ingenieril y se lo hice decir al Listo. En la tienda de camping de Nicolás hacía tanto calor que prefirió ponerse a dormir a la sombra de un árbol y la sombra se movió y la mitad de la cara se le quemó tanto que luego le daba vergüenza salir a la calle porque parecía un helado de fresa-nata. A Francisco su novia decidió informarle de que su relación había terminado pero le daba perezón llamarle y se lo dijo por Twitter. Creo que fue Héctor que pilló un taxi con alguna copa de más y se pensó que lo que marcaba el taxímetro era la hora y que el tiempo pasaba volando. José le habló de Lorca a una chica y ella pensó que se refería a la ballena asesina. La mayor parte de mis amigos se han sometido a entrevistas de trabajo en las que las psicólogas de RRHH parecían dar más importancia a chorradas como el lenguaje corporal que a sus expedientes académicos, y mi primera experiencia laboral se pareció mucho a la que vivió el Listo en Gilitel. Marta me contó que cobraba tanto dinero por poner publicidad en su blog que se podía costear el alojamiento, y creí que me estaba diciendo que le llegaba para pagarse el alquiler. Susana me confesó que durante una temporada llegó a compaginar cuatro o cinco amantes diferentes, y que no sabía si contarlos como cuatro o como cinco porque había dos que la visitaban siempre juntos. También existen los numerosos hijos de un matrimonio muy católico que habían nacido todos en abril y tenían la sospecha de que papá y mamá sólo consumaban el matrimonio en los aniversarios del Glorioso Alzamiento. Juan Pablo era consciente que la vida era muy corta y en su casa veía las películas a velocidad acelerada, configurando su reproductor a 1.2x o 1.6x, dependiendo del género. A Jesús le contrataron para cuidar a un señor mayor y se le murió mientras le daba de comer puré de verduras. Delfine solía ganar concursos literarios y le gustaba ir a los pueblos a entregar sus poemarios en persona porqué así los miembros del jurado se los leían con más cariño que si los mandaba por correo desde Barcelona. A Lidia una tarde le visitó una vecina con un vasito lleno de gusanos que le habían salido del desagüe, confiando en que ella, que se había doctorado en Bioquímica, sabría decirle qué eran. Ignasi resbaló al pisar una caca de perro que estaba muy blanda y cayó encima del pastel ensuciándose el pantalón y la camisa, que eran ambos de color blanco. Jordi puso en su currículo que dominaba idiomas que en realidad no dominaba y cuando en la entrevista empezaron a preguntarle cosas en alemán no entendió ni una palabra y le dio la risa tonta y al entrevistador también. Otro Jordi solía lanzarse a los rituales de apareamiento con tan pocos miramientos que una noche que había bebido un poco confundió un heavy con una chica y rompió el hielo diciéndole que tenía un pelo muy bonito. Josep se sacaba un sobresueldo trabajando de cobaya humano en experimentos farmacéuticos. Iván es heterosexual pero en una fiesta vino un chico y le preguntó si “entendía” y él no entendió la pregunta y le dijo que sí que le entendía, dando lugar a un pequeño malentendido. Existe el jefe aficionado a imprimir emails y clasificarlos en archivadores metálicos. En la carrera tuve un compañero que, pese a estar cursando tercero de ingeniería de telecomunicación, era medio lerdo y aprovechaba las clases de prácticas en el laboratorio de electrónica para cortarse las uñas con un pelacables. En la UB había una estudiante cuyas compañeras apodaban Barbie, no porque se pareciese a la muñeca sino porque tenía un poco de barba, y también conocí una joven a la que llamaban Marilyn no porque se pareciese a Marilyn Monroe sino porque se parecía a Marilyn Manson.
Todo esto me parecía demasiado gracioso como para dejar que se perdiese en el olvido y lo “enlisté”. Me tomé, eso sí, algunas licencias literarias para amplificar algunos gags. Por ejemplo, la pobre chica que confundía Lorca con la ballena asesina tenía excusa porque era griega y no dominaba nuestro idioma, pero yo en la tira cómica obvié este detalle y, con toda la mala leche, la hice lectora de poemarios de Joaquín Sabina.
Es este un método muy común de construcción humorística: se parte de algo real, se exagera un poco, se le añade algún detalle grotesco y se obtiene un chiste. Pero muchas veces hay que usar el método opuesto: se parte de la realidad y se la suaviza y simplifica en una búsqueda paradójica de aquella verosimilitud de la que tan a menudo carecen las historias verídicas.
Y por si no fuese suficiente imprudencia aprovechar ideas de anécdotas y conversaciones reales y tratar de hacerlas verosímiles, uso también el truco de escribir en primera persona, que creo que facilita la expresión de sentimientos íntimos y voces interiores, y eso da sensación de cercanía que me gusta mucho y permite contrastar jocosamente pensamientos con diálogos, pero se presta a la confusión y de vez en cuando hay quién se lía entre personaje y autor, y me preguntan si el Listo soy yo, o simplemente me llaman Listo a mí, a veces despectivamente incluso.
El personaje del Listo estudió lo mismo que yo, sí, y tiene más o menos la misma edad que yo y tiene hobbies e inquietudes parecidos. Pero, para qué engañarnos, sus amigos también. Uno es presumido, el otro calzonazos, el otro tímido, el otro sueña con una revolución que termine con las injusticias en el mundo. Hay que ser muy especialito para no identificarse con ellos, al menos de vez en cuando. Pero tanto el Listo como el resto de personajes no dejan de ser caricaturas, y que no todo el mundo lo pille me halaga como artista pero me insulta un poco como individuo humanoide. No es que me caigan mal mis monigotes, me caen estupendamente, pero en los cómics de humor lo que más se exagera son siempre los defectos, las inseguridades y las mezquindades, la idea es llevar a los personajes siempre hacia lo grotesco, más que nada para que el lector pueda reírse de ellos sin remordimientos. Esto también traté de expresarlo un día en una viñeta para un fanzine en la que me dibujé a mi mismo. Harto de que me confundiesen con el Listo, al que suelo dibujar enclenque y con barriguita cervecera, me dibujé en plena forma, todo lo fortachón y guaperas que pude, y me puse hablando con uno que me preguntaba “¿Los cómics del Listo son autobiográficos?” y yo respondía “Tu puta madre”.
Lo que sí que tenemos en común personaje y autor es que ambos somos bastante tontos con los nombres. El Listo ha salido ya en unos cuantos cómics acostándose con chicas que no se acordaba cómo se llamaban. A mí esto no me ha pasado casi nunca, pero sí que es verdad que cuando me presentan a la gente me distraigo pensando en la firmeza del apretón de manos o en si los besos en las mejillas son apropiados y, en caso de que lo sean, en qué cantidad y por qué lado hay que empezar, y eso me dificulta la memorización de los nombres de las personas, con el consiguiente perjuicio social que esto comporta.
Esta idiocia para los nombres también afecta el proceso de creación de historias. Leí una entrevista a Woody Allen en la que decía que él lo primero que decide son los nombres de sus personajes, y que luego a partir de esos nombres construye el argumento y el resto de la película. Yo con el Listo lo hice totalmente al revés, primero tenía ideas de cómo eran los personajes y cómo interactuarían entre ellos, luego me estrujé la cabeza para bautizarlos. El apodo del Listo vino relativamente fácil, pero también me parecía conveniente ponerle un nombre de pila normal, y en el primer cómic le llamé Evaristo, seguramente influido por la oscura sombra de la escuela Bruguera y sus espeluznantes pareados (Anacleto, agente secreto; El reporter Tribulete que en todas partes se mete; El loco carioco; Sisebuto, detective astuto). Quizá con el apodo habría bastado. Al tímido le llamé Tito porque era pequeñito y me pareció que Tito sonaba a diminutivo y quedaba bien con su personalidad. Al antisistema le puse de nombre Borja por el motivo opuesto, porque a en aquella época Borja era un nombre de moda entre las clases pudientes y tenía connotaciones de pijerío, llamar Borja a un punki era un chiste en sí. Pero luego ya mi creatividad quedó tan agotada que a los otros dos personajes de la pandilla los llamé simplemente Gordo y Cachas, apodos que hacían referencia a su apariencia física, lo cual es bastante común en las pandillas adolescentes pero empezó a sonarme un poco ridículo a medida que iban pasando los años y tanto yo como los personajes nos acercábamos inexorablemente a los treinta e íbamos dejando atrás la postadolescencia. Además, estigmatizar el sobrepeso es algo internacional, pero lo de llamar cachas a los forzudos se ve que es algo bastante español, que en algunos países de América latina la palabra tiene otras connotaciones más culeras. Pero bueno, en la mayoría de tiras cómics ni siquiera es necesario que los personajes tengan nombres y ni siquiera pienso en ellos hasta que lo es. Un día, por ejemplo, me vi obligado a ponerle un nombre de pila al Gordo y le llamé Juan, pero al cabo de unos años ya lo había olvidado y llegó otro día en que volví a necesitar que tuviese nombre de pila y le llamé Rodrigo. Un lector se dio cuenta y me avisó. El Gordo se llama pues Juan Rodrigo. Se le acumulan los nombres, como a los miembros de familias aristocráticas o a los sudamericanos.
Pero lo más complicado es ponerles nombres a las chicas que aparecen, porque aparecen muchas. A veces queda bien que tengan nombres y lo divertido es que sean nombres verosímiles, pero al mismo tiempo es importante que no sean nombres reales de amigas o familiares para que nadie se lo tome como algo personal, lo cual me obliga a calentarme la cabeza pensando nombres comunes pero no tan comunes como para que los tengan personas cercanas. Dice la leyenda que Matt Groening bautizó a los personajes principales de los Simpson con los nombres de pila de su propia familia, un motivo más por el que admirarlo sin reservas. Yo en una ocasión necesitaba ponerle nombre a un personaje femenino que salía en un cómic especialmente picantón, en el que se llevaban a cabo prácticas sexuales que no tienen nada de reprobable pero que en una sociedad de tradición católica como la nuestra queda un poco raro admitir que se practican. Le puse pues un nombre que en aquel momento creí que no coincidía con el de ninguna persona cercana y de puñetera casualidad resultó que era el mismo nombre de una amiga en la que no había pensado y que, sin que yo lo supiese, resulta que tenía aficiones parecidas a las del personaje. A la que puse el cómic en internet, su novio me llamó enseguida para asegurarse de que se trataba sólo de una coincidencia.
Y, hablando de marranadas, también estuve dibujando durante un año para uno de los periódicos más leídos de España, y todavía presumo de ello en el currículo, pero a veces omito pequeños detalles como que publicaban mis viñetas en su web, pero no en su periódico, y que no pagaban ni un duro. No os sorprenda, la mayor parte de los periódicos están regentados por personas mayores que dan mucha menos importancia a sus versiones online que a sus versiones en papel, independientemente de la cantidad de lectores que tenga cada una, dando lugar a que la versión online trabaje con menores niveles tanto de exigencia como de remuneración.
Me hicieron un contrato, eso sí, mi primer contrato como dibujante de cómics. Todavía conservo el PDF. Era un documento que decía que les cedía mis derechos de reproducción, distribución y comunicación pública, les garantizaba confidencialidad sobre el asunto incluso durante un año después de la finalización del contrato, y, ya puestos, les prometía no ceder derechos de reproducción y publicación de mis obras a Prisa, Vocento, Planeta u otros medios de comunicación online que pudiesen ser competencia directa de su periódico.
Sonaba un poco chungo, pero me habían dicho que darían mucha visibilidad y promoción a mis garabatos, y me presté a firmar. Ni siquiera consulté con abogados, porque en el contrato ponía tantas cosas raras que no era fácil tomárselo en serio. Ya empezaba diciendo “Reunidos en Madrid…” y a mí no me sonaba haberme reunido en Madrid con nadie desde hacía por lo menos un lustro. De hecho, la última vez que estuve en la capital del reino recuerdo que los bocadillos de calamares todavía se pagaban en pesetas porque no se habían inventado los euros.
Por otro lado, si incumples un contrato normal entiendo que te echan y dejan de pagarte, pero si incumples un contrato no remunerado ¿qué te van a hacer? ¿dejar de no pagarte? ¿pillar el tren hasta Barcelona, colarse en tu casa y romperte los muebles?
Me lo mandaron por email, lo imprimí y lo firmé, y, mientras lo escaneaba, ya empecé a meter la pata con mis nuevos jefes. Es que en aquella época estaba acostumbrado a tuitear mucho y cualquier anecdotilla o batallita fácil de explicar la compartía por las redes (con el debido decoro, ojo, sin poner nombres, ni de personas ni de empresas, como un gentleman), y ese día me dio por tuitear algo así como “¡Firmando mi primer contrato no remunerado! No sabía ni que algo así pudiese existir” y no habían pasado ni cinco minutos que ya me estaban pegando bronca por e-mail. Que vigilase lo que decía, que si no me parecía bien que no lo firmase y ya está, pero que no diese mala imagen. Me sentí como un personaje de John Le Carré, sometido a poderes que operaban más allá de mi esfera de entendimiento, me disculpé y me lo medité un poco pero al final firmé igualmente. Claro que firmé. Yo en el Twitter pongo un montón de burradas, sobre muchos temas, y me inquietaba que me siguiesen y me leyesen y controlasen mis paridas, pero decían que colaborando con ellos mis viñetas llegarían a diez millones de usuarios únicos y me parecían un montón y me hacía ilusión ser tan importante.
Cambiar el texto de las viñetas para contentar a las educadoras sociales no había sido nunca ningún problema, pero, hasta ese momento, en ningún trabajo, ni remunerado ni sin remunerar, habían tratado de dictar mi comportamiento en las redes sociales. Sin embargo, no tenía ninguna intención de que una anecdotilla puntual me estresase y me alejase del camino a la fama. Luego hubo otros pequeños desencuentros, nada grave, pero que acumulados fueron mermando la ilusión con la que les regalaba mis dibujos (uno lo borraron de la web sin explicación alguna, otro me lo vetaron porque incluía publicidad de mi libro, a otro le manipularon el texto cambiando una C por una M de manera que la chica con la que hablaba el Listo pasó de estar hasta el coño a estar hasta el moño, que viene a ser lo mismo pero tiene menos fuerza retórica, etcétera) y si rechistaba por cosas así la directora adjunta me pegaba bronca por Twitter.
Llevábamos casi un año con la broma y el contrato que habíamos firmado ponía que duraba un periodo de un año y que era prorrogable. Se me ocurrió que, visto lo visto, quizá antes de abandonar el barco como las ratas valía la pena pedir un incremento de sueldo. Lo pedí y no me respondieron. Éramos unos cuantos los que dibujábamos en las mismas condiciones y quién más quién menos teníamos todos las mismas inquietudes y quién más quién menos fuimos insistiendo pero tardaban en responder los mails y cuando lo hacían era para darnos largas. Al final sí que nos respondieron, y de todos los dibujantes que trabajábamos en esa sección le ofrecieron un contrato remunerado a uno y la posibilidad de renovar el contrato no remunerado a los demás. El primero lo aceptó, los demás lo dejamos.
Según como se mire parece un fracaso casi total, pero vale la pena considerar el incremento de contratos remunerados en números absolutos: de cero pasamos a uno. Creo que en este país esto es lo más parecido a un logro de negociación colectiva en el sector de los cómics que se ha logrado en los últimos veinte años.
Por otro lado, aunque la estimación que yo hago de la cantidad de lectores a los que habían llegado mis garabatos es bastante más modesta que la que ellos habían prometido (al menos el tráfico que llegaba desde 20 minutos a mi web era insignificante) también valoraba los enlaces que apuntaban hacia mi blog desde una web de prestigio con pocos enlaces salientes, porque dicen en los blogs de SEO que esos enlaces valen su peso en oro.
Un par de meses tardaron en borrar el archivo digital de cómics, de nuestro trabajo no quedó ni rastro, las viñetas se habían evaporado como contrincantes políticos de Iósif Stalin, y con ellas los enlaces a mi blog, y eso sí que me cabreó un poco y me dio por escribir un ladrillo en el que contaba la experiencia, creyendo que el gremio viñetista estaría orgulloso de mí y me felicitaría por haber ayudado a visibilizar la precariedad del sector, pero no fue exactamente esa la reacción mayoritaria.
La precariedad del sector era del nivel de tantos otros sectores precarios en los que los currantes ya prefieren morderse entre ellos antes que morder las manos que los malalimentan. Los que me trataron de tonto por cerrarme puertas eran casi tantos como los que me trataron de tonto por haberme prestado a firmar esa locura. Llegué a encontrar un foro de ilustradores profesionales en el que había dibujantes (algunos de ellos excelentes) criticando mi afición a ofrecer los garabatos del Listo gratis a todo el que los quisiese, y un día que estaba inspirado me di de alta en el foro con la intención hacer amigos, pues en el subtexto de sus críticas me pareció entender que valoraban mi trabajo y que quizá estarían dispuestos a pasarme contactos de revistas interesadas en publicarme pagando o que ellos mismos me rebotarían los típicos encargos remunerados que a veces uno no puede asumir por falta de tiempo. Además, ya puestos, ese debate sobre lo que yo hacía o dejaba de hacer en mi tiempo libre pensé que quizá podría enriquecerse un poco con mi punto de vista. Pero me quedé sin aportarlo, porque resultó que tenían el foro organizado en secciones y los que no nos dedicábamos profesionalmente a la ilustración no éramos bienvenidos en las secciones en las que participaba gente.
La sección en la que dejaban participar a los diletantes estaba más abandonada que las salas de embarque del aeropuerto de Castellón. Yo lo que quería era debatir en las secciones en las que se hablaba de la dignidad del oficio y se contaban chistes como “¿En qué se diferencia un ilustrador de una pizza de anchoas? En que la pizza puede alimentar a una familia de cuatro miembros.”
Si alguno de esos ases de la ilustración lucrativa quiere comprender el misterio de por qué hay tanta gente que disfruta dibujando y compartiendo gratis sus dibujos, no le quedará pues otro remedio que leerse este librito hasta el final. De todas formas ya os adelanto que mis bolsillos siguen abiertos a propuestas remuneradas y que todos somos fans de las riquezas materiales, pero que dibujar gratis es dibujar en libertad, y casi todo lo que dibujo lo dibujo como me da la gana y lo cuelgo en todos los sitios que me da la gana cuando me apetece, y eso es casi tan bonito como el dinero.
El único fanzine que me chuleaba y, sin pagarme un duro, me pedía mantener durante más de un año los derechos en exclusiva de los cómics, y yo se lo consentía, era el Weezine. Este trato de favor era debido a que por motivos personales al Weezine y a los frikis que lo editaban les tengo un cariño especial y procedo a retroceder en el tiempo para desvelar cómo surgió ese sentimiento.
Resulta que, en 2006, Beatriz se apuntó a la lista de correo del Listo y me mandó un mail que decía: “y hablando de listas… ¿Te gustaría unirte a WEE?”.
Le dije que sí.
WEE eran las siglas de un listado de webcómics en español. Tenían un pequeño código que, si lo añadía al HTML de mi página, hacía que centenares de otros webcómics apareciesen al alcance de un par de clics, y todos ellos también se habían puesto el código, y eso hacía que mis cosas también fuesen fácilmente accesibles desde las suyas. Guau. No sabía yo que hubiese tanta gente que pusiese viñetas online (no eran los mil millones de los que hablaba El Mundo, pero eran muchos más de los que hubiese imaginado). La mayoría eran mangas y cosas raras dibujadas en Microsoft Paint que tenían todavía peor aspecto que lo mío, pero había unos cuantos buenos, y también tenían un foro especializado en el que entré tímidamente pero al que poco a poco me fui viciando. De ahí salieron sinergias divertidas, amistades, pasiones, amores, de todo, incluso un matrimonio.
Y un día entró también al foro un tal Ramón, todo loco, con mil proyectos nuevos, y a la que parpadeamos ya estábamos en Zaragoza presentando un nuevo fanzine en un salón del cómic. Madre mía, yo que había dejado de ir a los salones del cómic cuando todavía no me habían salido los primeros pelos en los sobacos.
En el Salón del Cómic de Barcelona, si eres un mindundi y quieres un stand te sale por un ojo de la cara y te ponen en un gueto apartado de las zonas transitadas, pero en el Salón del Cómic de Zaragoza nos pusieron (ese año y también los siguientes) un stand inmenso gratis. Había sitio para que seis o siete autores firmasen tebeos en paralelo y cómodamente sentados, pero éramos cincuenta mil (cifra aproximada) y lo desbordábamos igualmente. Como no cabíamos dentro del stand nos poníamos también delante de él y a los lados e incluso detrás, en el pequeño espacio que se abría entre una lámina de PVC y un muro de hormigón. Al principio tratábamos de darle a ese espacio la función de guardarropía, pero con todos los anoraks era todavía más mullidito y acogedor. Los años buenos incluso planeábamos un horario de firmas y con esta excusa nos turnábamos las sillas. No es que no tuviésemos éxito y no viniesen lectores a comprarnos fanzines y a que les dibujásemos cosas, pero si no hubiese venido nadie no se hubiese notado porque éramos tantos que dábamos sensación de exitazo igualmente. Formábamos tal muchedumbre que no era difícil imaginar que en medio estaba por ejemplo el Justin Bieber o la Lady Gaga y eso atraía a los curiosos como una profecía autocumplida. Y, como “pago” por el espacio, nos pedían que organizásemos charlas, talleres, mesas redondas y cosas así, es decir que encima de regalarnos un buen stand nos dejaban jugar a ser famosos. Con el tiempo hasta hemos aprendido a hablar en público, pero recuerdo las primeras charlas con cierta turbación.
La sala de actos, por supuesto, abarrotada. A veces también entraba gente espontáneamente, pero no era muy grande y la podíamos llenar fácilmente con los propios miembros del Wee. En un alarde de planificación, los temas sobre los que charlábamos ante nuestros propios amigos webcomiqueros solían ser temas de tan contundente interés como “Qué es un webcómic” o “Cómo hacer un webcómic”. Según cómo lo mires puede parecer un poco absurdo, pero molaba un montón. Y luego por la noche nos reservábamos un bar entero para nosotros y organizábamos que en la barra se sirviesen chupitos con los nombres de nuestros personajes.
Algunos autores se lo habían currado y habían propuesto recetas elaboradas. El chupito Koopa tenía la apariencia de un pequeño cerebro flotante y estaba hecho con con Baileys y otras sustancias que se negaban a mezclarse con el Baileys. Un Despair era grosella con vodka y vete a saber qué más. Para hacer un Genara se mezclaba una parte de tequila con dos partes de licor de café y se le prendía fuego, lo cual resultaba muy vistoso. Un Mythu era una pócima verde y también ardía, creo que era el equivalente de lo que los entendidos en cócteles llaman un kalashnikov. Todo lo que sé del pis de Calderilla es que era amarillo y que la gente se lo bebía igualmente. Un Grasioso era un TGV, es decir una intragable mezcla de tequila, ginebra y vodka. Cuando me preguntaron a mí qué tipo de brebaje quería que fuese conocido durante esa mágica noche como chupito Listo, estuve reflexionando un buen rato sobre qué licores podrían considerarse próximos al espíritu del monigote, y al final opté por el tradicional chupito de anís, un clásico de la madurez varonil y de los besazos con aliento poderoso.
El Wee en general, y más concretamente esos encuentros webcomiqueros en Zaragoza fueron revulsivos que me pusieron en otro nivel en lo que a motivación y entusiasmo se refiere. No era sólo por los chupitos, era también que hablar un rato con locos como Beatriz o Ramón te hacía irte a dormir con la cabeza a todo trapo y soñar que tus tebeos eran importantes. Recuerden que hemos hecho un flashback y estamos hablando de una época en la que la posibilidad de que un webcómic tuviese siquiera trazas de relevancia cultural sonaba todavía más descabellada que hoy en día.
Hasta aquel momento me había conformado con una web elegantemente sobria y artesanal. Lo que en otras palabras podría describirse como una web muy antigua y muy cutre, y la verdad es que ya me gustaba que fuese ambas cosas, porque jugaba con la idea de que desdeñando la forma se destacaba el fondo. Pero tras el Salón del Cómic de Zaragoza de 2007 me dejé convencer por Beatriz y Ramón, cambié el chip, y empecé a usar el sistema WordPress con la plantilla Comicpress, de Philip M. Hofer. Fue así como Listocomics.com empezó a tener el aspecto que tiene ahora.
Por primera vez fue posible seguir las aventuras de nuestro héroe a través de un RSS y saltar de una tira a otra tira sin pasar por la portada, verlas ordenadas según sus etiquetas y mil pijadas así. Había entrado de boca en lo que los enterados llamaban «red 2.0», madre mía, menudo cambio, no sólo crecieron las estadísticas de las visitas, también empezaron a llegar comentarios a cada cómic y eso, quieras o no, motiva lo suyo, incluso cuando los comentarios son peyorativos, porque el hecho de que alguien dedique parte de su tiempo a entrar en tu web y criticar tu trabajo no deja de ser muy halagador.
Últimamente, con el rollo de las redes sociales se está perdiendo la costumbre de comentar en los blogs (y da un poco de penita), pero en nuestros glory days los comentarios podían fácilmente llegar a tener más interés que las viñetas que los inspiraban. Algunos decían cosas buenas de los cómics y yo lo apreciaba un montón, pero voy a contaros batallitas de los comentaristas que decían cosas malas, porque, como argumentaba McKee, sin conflicto no hay drama.
Existe el mito de que cuando haces tu propio webcómic, al no tener jefes, nadie puede decirte cómo tienes que hacer las cosas, pero no hay nada más alejado de la realidad. Cuando pones algo online enseguida empieza a aparecer gente que te explica lo que tienes que hacer, cómo lo tienes que hacer y por qué lo estás haciendo mal. Y resulta una experiencia muy interesante, siempre y cuando no se te ocurra intentar complacer a todos los desconocidos que dispongan de conexión a internet, porque cada cual tiene sus sensibilidades y sus neuras y sus ideas de lo que es correcto y lo que es incorrecto, y porque tratar de hacer humor que trate únicamente sobre temas neutros que no ofendan a nadie es un reto considerable y también es un rollazo. Es lo que tratan de hacer en la mayoría de telecomedias, y seguramente por eso suelen necesitar añadir efectos de sonido de risas y aplausos.
El año pasado el Listo hirió algunas sensibilidades con un chiste sobre el comportamiento del PP ante ETA, por poner un ejemplo extremo. El infame grupo terrorista ya no atentaba, o al menos llevaba tiempo sin atentar, y los pesados del Partido Popular llevaban tiempo acusando de ser pro etarra a todos los que criticaban sus chanchullos, ensañándose especialmente con los activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. En el chiste, el Listo y sus amigos se habían tomado en serio las declaraciones del PP y habían decidido que si tanta gente maja era pro etarra, los terroristas debían ser también buena gente, y habían organizado una pequeña mani pidiendo el regreso de ETA. Madre mía. Se ve que tenía lectores que eran de UPD y se enfadaron un montón. Uno me acusó de enaltecimiento del terrorismo y me pegó en los comentarios el artículo 578 del Código Penal, que dice tal que así:
“El enaltecimiento o la justificación por cualquier medio de expresión pública o difusión de los delitos comprendidos en los artículos 571 a 577 de este Código o de quienes hayan participado en su ejecución, o la realización de actos que entrañen descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas de los delitos terroristas o de sus familiares se castigará con la pena de prisión de uno a dos años. El Juez también podrá acordar en la sentencia, durante el período de tiempo que el mismo señale, alguna o algunas de las prohibiciones previstas en el artículo 57 de este Código.”
Es lo más feo que me han pegado nunca en los comentarios, al leerlo se me estrechó el esfínter. Me dio muy mal rollo que alguien quisiese verme encerrado en un calabozo por hacer un chiste. Para añadir un poco más de drama, resultó que uno de los más enfadados era un tío majo que en ocasiones anteriores me había parecido muy razonable e inteligente (su pertenencia al partido de Rosa Díez me la había tomado siempre como una excentricidad divertida y totalmente excusable), así que traté de justificar la viñeta y en el proceso aprendí que explicar la diferencia entre realidad y ficción a personas adultas enfadadas puede ser contraproducente porque todavía se enfadan más. A los que les había hecho gracia el chiste no necesitaban explicaciones, y a los que no les había hecho gracia el chiste tampoco les hacían gracia los argumentos razonados. Yo a mi amigo de UPD todavía le quiero y le tengo cariño y me leo su blog y su Twitter, pero lo último que me escribió personalmente decía: “Reniego de leer más justificaciones que me revuelven el estómago. Cualquier mensaje que reciba por tu parte será borrado sin leer.” Fue todo un poco triste, pero al menos no me encerraron como al Otegui.
Y un día hice un cómic sobre los Juegos Olímpicos y en una viñeta dibujé a uno de esos monstruos hormonados que lanzan pesos. Lo dibujé peludo y sexualmente ambiguo, con bultos en los pechos y en la entrepierna. Su globo de diálogo, poco sutil, decía: “Laaanzo peeesos… pero nunca me acuerdo de si en la categoría masculina o femenina”. En los comentarios una persona me acusó de estar presuponiendo que todas las lanzadoras de peso eran estúpidas porque me resultaban poco femeninas y poco deseables. Como me pilló inspirado y de vacaciones, traté de desmentir sus acusaciones y le expliqué que conocía mucha gente poco femenina y deseable, que, sin embargo, era muy inteligente, y que, de hecho, la mayoría de mis amigos de cuando estudiaba en la UPC podrían encajar en esa descripción, pero también fue en vano. Insistió en acusarme de tener prejuicios sexistas e intenciones de una maldad propia de un traficante de esclavos o un alto directivo de Bankia. Parecía despreciarme hasta tal punto que me entró curiosidad y visité su web. Lo primero que me encontré fue un video en el que la persona a la que había molestado mi caricatura de los deportistas de élite explicaba sin reirse cómo fabricar una prótesis de pene artesanal, sin más material que un guante de látex y una pistola de silicona. Era uno de esos hombres que han nacido atrapados en un cuerpo de mujer, y tenía la generosidad de compartir los trucos que utilizaba para contrarrestar esa jugarreta del destino. El pene de silicona que fabricó paso a paso frente a la cámara era más gordo que el del más desproporcionado machote de la más delirante película porno que hayas visto en toda tu vida, e incluía un par de testículos del tamaño de bolas de billar. Él lo llamaba “la clásica prótesis de toda la vida”, pero era un poco intimidante, al menos para las personas familiarizadas con penes biológicos de tamaño medio. Luego otro día colgó otro video en el que explicaba cómo construir un arnés para sujetar el pollazo, a partir de un cinturón y un calcetín. Son imágenes que permanecerán un buen tiempo en mi memoria y que me servirán como ejemplo de la cantidad se sensibilidades diferentes que podemos encontrar online.
Otro día se me enfadaron muchos frikis porque escribí un artículo en el que explicaba algunas ventajas de los webcómics frente a los cómics en papel y, para darle un poco de vidilla, en lugar de titularlo “Algunas ventajas de los webcómics frente a los cómics en papel” lo titulé “Por qué los webcómics patearán el blando culo de los cómics en papel”. El artículo era largo e imagino que sólo se lo leyeron los fans, pero el desafortunado título sí que se lo leyó bastante gente y dio lugar a más cabreos que cuando he tratado otros temas en apariencia más controvertidos. De hecho, con el tiempo me he dado cuenta de que predecir lo controvertido que será un chiste es complicado. Un día hice una tira cómica en la que se daba a entender de forma bastante explícita que los democristianos eran una pandilla de hijos de puta, y ya estaba mentalizado para esconderme un par de meses en una cueva, pero ya han pasado dos o tres años y de esa tira todavía no se ha quejado nadie.
Por otro lado, me enorgullezco de dibujar cómics en los que no se recurre a la violencia como recurso lúdico, en contraste con todos esos productos de entretenimiento (destinados tanto a adultos como a niños) en los que los tortazos y las patadas son divertidos.
Además, siempre he tratado de ser una buena persona y de que mi obra transmitiese valores orientados a hacer un mundo mejor. Sé que costaría consensuar cuales son esos valores, pero yo diría que uno de ellos es el humor en sí.
Dentro de mi cabeza, el derecho a reírnos de lo que nos dé la gana debería ganar al derecho a que nadie se ría de uno o de las cosas que a uno le gustan. No se trata sólo de defender la libertad de expresión, se trata también de reivindicar la libertad de cachondeo. Citando otra vez al maestro Perich: “Yo sólo quisiera que respetaran mi derecho a no respetar nada”.
Cuando era joven me divertían las polémicas en sí mismas y las buscaba adrede. Con el tiempo me fui calmado un poco y dejé de creer que las polémicas tuviesen un valor intrínseco, pero las sigo abrazando como un subproducto inevitable de cualquier intento de hacer humor no ñoño.
Eso no significa que no crea en la corrección política. A diferencia de los iconoclastas articulistas de los suplementos dominicales, creo que el concepto de corrección política ha ayudado a hacer de éste un mundo más habitable. Me alegra que ya no salga por la tele el Arévalo contando chistes de gangosos y mariquitas. Me alegra que se consideren ofensivas las adivinanzas sobre negros enterrados con el culo fuera. Me alegra que hacer chanzas machistas elimine casi totalmente las posibilidades de apareamiento. Por eso en la mayoría de mis viñetas los personajes que hacen el ridículo o se muestran mezquinos o poco capacitados intelectualmente son hombres blancos heterosexuales, y no pertenezcan a ningún colectivo en riesgo de exclusión social.
Incluso antes del incidente con el señor de la descomunal prótesis de pene, yo ya trataba de no dibujar chistes de “los chicos son así, las chicas son asá”. Me parece evidente que las diferencias entre géneros existen, en parte por naturaleza y en parte por condicionamientos sociales, pero trato de no ser yo quién colabore en enquistarlas.
También trato de evitar el sexismo paternalista de los que dibujan a todas las chicas superinteligentes y superequilibradas en contraste con unos hombres que son todos una pandilla de trogloditas. Que hay muchos autores que hacen esto y da un poco de vergüenza ajena, porque parece que estén suplicando su primer polvo. Seamos serios, tratar a las mujeres como si careciesen todas de sentido del humor no creo que pueda considerarse un comportamiento muy feminista.
Pero bueno, tampoco tengo ninguna intención de que mis personajes sirvan como modelos de conducta positiva, y me sabe mal que en ocasiones hayan sido tomados como tales. Una vez una madre me escribió preocupada porque mis personajes bebían alcohol. A ella me la imaginé a medio camino entre la Super Nanny y Maude Flanders, pero no quise ni imaginar cómo pueden llegar a salir los hijos de una madre que trata de educar a unos personajes de cómic.
Las personas aficionadas a cabrearse por nimiedades suelen ser buena gente, pero están entrenadas en la búsqueda de ofensas morales y han demostrado ser capaces de encontrar unas cuantas en casi cualquier obra de ficción que se propongan. Lo jodido es que, aunque suelen especializarse cada una en encontrar intolerables los chistes sobre algún tema concreto, entre todas abarcan un amplio espectro, y la única forma de contentarlas es publicando viñetas en blanco. En abril de 2013 publiqué pues una viñeta en blanco. También me creí muy original. Luego me di cuenta que otros autores habían llegado antes a la misma conclusión y que habían hecho la misma coña hasta en el New Yorker.
Bueno, el caso es no tengo ningún problema en disculparme cuando algún lector se ha molestado por algún chiste. Sin embargo, trato de no autocensurarme y de seguir publicando burradas. El truco que más recomiendo a los que puedan sentirse incomodados por el humor listil es no conectarse a internet.
Pero no todo van a ser broncas, dibujar tebeos también ha dado lugar a nacimientos de grandes amistades como la de Rick y Renault. En serio. A raíz del Wee, el foro y los salones del cómic, me di cuenta de que, contrariamente a lo que me habían dado a entender en mi casa, yo no era único e irreemplazable. En el mundo había montonazos de aficionados a dibujar tebeos y a ponerlos en internet, y algunos de ellos eran muy cachondos. Gracias al foro de webcomics.es y a los encuentros webcomiqueros en Zaragoza (y posteriormente gracias a otras movidas como el Club Beerdelberg o la Comicome), hice un montón de amigos webcomiqueros e incluso comiqueros a secas.
Algunos de estos amigos son amigos de esos que saludo en los eventos pero no sé luego qué más decir, pero otros son amigos de los de quedar de vez en cuando y compartir cervezas y tertulias sobre temas no necesariamente relacionados con la narrativa gráfica. Es curioso porque algunos hacen cómics totalmente desquiciados y en persona son tímidos y reservados, otros hacen cómics aburridos y en persona son cachondísimos, cada uno es de su padre y de su madre y cada uno está loco a su manera.
Le he cogido cariño a gente como Andrés, Juanjo, Franchu, Ramón, Sergio, Javi, Isaac, Ender, Francisco, Carlos, Joan, Alicia, Albert, Raúl, Miquel, Omar, Juan Carlos, Ana, Jeroen, Alfredo, Nahum, Carlos, David, Antonio, Samuel, Alex y un montón más.
Andrés es un constante actualizador que cuelga una tira nueva cada día de lunes a viernes, llueva, nieve o haga sol, y se enorgullece de ser un friki pero, contrariamente a lo que dice el cliché de los frikis, fue capaz de echarse novia, y llegó incluso a casarse con ella. Pero, lejos de renunciar a su otro amor, que era el webcómic, el día de la boda se levantó un ratito antes para actualizarlo. Y hace poco llegaron los primeros frutos del matrimonio, y cuando Andrés nos contó que iba a ser padre lo hizo mediante cuatro viñetas que colgó en su web un viernes, en plan cliffhanger, y se esperó al lunes para colgar otras cuatro viñetas en las que desvelaba que estaban esperando gemelos.
Juanjo es un provocador que busca el humor en la controversia, un hombre que cuando todos nos creíamos muy malotes porque dibujábamos a Mahoma con el ceño fruncido o a los Príncipes de Asturias haciendo el perrito, él dibujó a Mahoma haciendo el perrito. La persona con la que Mahoma hacía el perrito era una niña de 13 años, y, ya puestos, el texto de los diálogos lo escribió en árabe, para darle al asunto más viralidad por Oriente Próximo. No hubo quién le convenciese de que quizá lo más prudente sería quitar eso de internet, quemar los originales y encerrarse unos días en casa. En otra ocasión sí que tuvo que echarse atrás, pero no por caricaturizar al profeta fundador de la principal religión del mundo, sino por caricaturizar al autoproclamado Rey del Pollo Frito. Acosado y amenazado por la jauría de abogados del infame Ramoncín, Juanjo se vio obligado a borrar un montón de comentarios y a cambiar el texto de los diálogos de unos cuantos chistes. Lo de Mahoma sigue tal cual, pero dónde antes ponía Ramoncín ahora pone Ramoncete.
Franchu es un sólido aspirante a publicar regularmente en El Jueves, a menudo les manda viñetas sobre noticias de actualidad y algunas se las compran. En una ocasión hizo una en la que comparaba Catalunya con el mítico pueblo de los irreductibles galos de los cómics del Astérix, y tenía su gracia pero los del Jueves no se la compraron. Franchu la mandó a sus amigos, tal y como solía hacer con todas las viñetas que no colaban en la revista, y algunos de sus amigos la reenviaron a otros amigos, tal y como solían hacer con las viñetas que les gustaban. Pero se ve que los amigos de los amigos de sus amigos, al reenviarla a sus amigos, tergiversaron un poquito y la viñeta se hizo famosa por ser “¡La viñeta censurada por el Jueves!”, o “¡La viñeta que los del Jueves no quieren que leas!”. Montonazos de activistas poco aficionados a documentarse se rasgaron las vestiduras y ensalzaron a Franchu como mártir de la libertad de expresión. Fue quizá su viñeta de más éxito, y aunque se asustó un poco y en su web explicó (en catalán y en castellano) que eso no era un caso de censura y que los del Jueves siempre le habían tratado estupendamente, los patriotas enfurecidos no le hicieron mucho caso. Opinaban como el periodista de El hombre que mató a Liberty Vallance, y, ante la duda, preferían la leyenda.
Ramón quizá ahora está un poco retirado de los cómics pero sigue siendo uno de mis cómplices favoritos, a veces lo llamo y hablamos por teléfono como en el siglo XX, y siempre que me paso por Zaragoza busco un ratito para verle y él suele llamarme cuando va a venir a Barcelona, que suele ser más a menudo, porque está siempre en mil movidas, la mayor parte promovidas por él mismo. Un día de esos que pasó por Barcelona me invitó a colarme entre los asistentes a un congreso de domainers, que suena a cuero, pero son los que especulan con las direcciones de internet, que las compran baratas antes de que la gente se de cuenta de que son escasas e importantes y luego las venden caras a las grandes corporaciones. Otro día vino a Barcelona porque tenía una fiesta con gente de la industria del porno. A esa no me invitó, pero me la contó luego y me regaló un llavero que ponía Private. Tiene su lógica, pero la verdad es que hasta que no me lo contó no se me pasó por la cabeza que informáticos y diseñadores web pudiesen llegar a compartir una velada con pneumáticas pornostars. Usé el llavero durante un tiempo, pese a que la mayoría de mis amigos barceloneses no conocían a Ramón e imaginaban que sujetaba las llaves con algo que me habrían regalado por comprar revistas guarras.
Sergio dijo en una conferencia algo así como que “dibujar webcómics es un lujo, a mí mi webcómic me lo ha dado todo: vivo con amigos que he conocido a través del webcómic, el trabajo que tengo lo he conseguido a través del webcómic, mi novia me la ligué a través del webcómic”. Quizá exageraba un poco, pero puedo confirmar que el webcómic le da cosas porque lo he visto con mis propios ojos. Si te sientas a su lado en un salón verás que no paran de llegar fans, algunos disfrazados de sus personajes, otros vestidos normal, que le traen cervezas, galletitas caseras, bombones y chucherías de todo tipo. He visto otros casos de lectores que agasajan a sus autores favoritos, pero no he visto nunca nada comparable al magnetismo de este hombre. A mí una vez en un salón del cómic Laura me trajo una trenza de Almudévar, y éste es sólo uno de los motivos por los que tendrá mi eterna devoción, pero, en caso de que apretase el hambre, mi opción más prudente era sentarme al lado de Sergio, poner cara de pena y confiar en que sus fans dijesen “bueno, en realidad esto que traigo es para que lo compartáis entre todos los del stand”.
Javi, cuando estaba yo esperando que dibujase un guión que le había mandado, me escribió un mail en el que explicaba que tardaría un poco en dibujarlo porque le había dado un ictus y se había quedado hemipléjico perdido. No era una broma. Estuvo una buena temporada hospitalizado, tuvo que volver a aprender a caminar y tuvo que volver a aprender a dibujar con la mano derecha. Mientras tanto, aprendió también a dibujar con la izquierda. Tardé menos en recibir su tira que muchas otras dibujadas por comiqueros con contratiempos menos contundentes. Luego Javi trató de plasmar la historia de su hemiplejia en una novela gráfica, porque es un tío inteligente y sabe que lo que se vende y lo que se premia suelen ser este tipo de narraciones de problemas de salud y luchas personales por superar adversidades. Pero en menos de veinte páginas ya se había hartado del tema y volvió a lo suyo, al humor costumbrista y a las entrañables estampas de la vida cotidiana de los enamorados. En su último libro conviven pues el horror de sus arterias retorcidas con las historias del típico matrimonio en el que la Marisa sabe que el Mariano tiene por costumbre ponerse bragas usadas en la boca cuando se masturba y, en deferencia a él, empieza a poner sus bragas limpias en la cesta de la ropa sucia, pero cuando Mariano se da cuenta se siente traicionado, y cosas así. Como era de prever, se quedó sin premios y sin ventas millonarias, pero de todos los rollos autoeditados de amigotes, este es quizá con el que más me he tronchado.
De Isaac ahora no recuerdo ninguna anécdota risible pero le quiero un montón igualmente. Entre muchas otras cosas, se encargó del diseño de la portada de El gran libro de la cinefilia y me ayudó con la del álbum del Listo.
Francisco era el responsable del foro del WEE y un día se puso a dar una conferencia en una universidad sobre el futuro de la asociación y le entró la risa tonta y no había forma de que pudiese articular discurso, pero el público le quería tanto que lo ovacionó igualmente.
El otro Francisco se hizo célebre con un clásico y carismático look de pordiosero con barbas y su gorro todo lleno de chapas, que correlación no implica causalidad pero coincide un poco que desde que se arregla y se afeita en el foro del Wee ya no entra casi nadie.
Carlos, que estudió Bellas Artes y cuenta batallitas de chicas que se desnudan e insertan todo tipo de objetos e incluso animales en sus orificios más íntimos, no en plan guarro, sino en plan performance, por lo del arte y tal.
Con Ender también me tomaría la confianza de mencionarlo usando su nombre de pila en lugar de su nombre artístico, pero es de esos que decíamos antes que se niega a dar su nombre real porque suele hacer chistes de oficinistas y trabaja en una oficina y no tiene muchas ganas de mezclar una cosa con la otra.
De otros amigos webcomiqueros ahora mismo no recuerdo ninguna batallita, de otros recuerdo batallitas que no sería prudente ni elegante poner por escrito. No seré yo quién trate de aclarar quién se enrolló con quién tras tomarse dos mythus, dos genaras, cuatro koopas y un grasioso.
Por otro lado, también os voy a confesar que algunos de estos artistas del webcómic los considero mis amigos pero en realidad ni siquiera les conozco en persona, lo que pasa es que les he cogido aprecio digitalmente. Mi teoría es que los idiotas que opinan que los amigos de internet no son amigos de verdad seguramente no tienen muchos amigos ni de un tipo ni del otro.
El Wee era demasiado grande y con una estructura muy anárquica y asamblearia, y fue apagándose poco a poco, pero de sus cenizas surgieron otras movidas como Clicómics, Control Zeta, el Club Beerdelberg o la Comicome. Lo de Subcultura no estoy seguro de si surgió de las cenizas del Wee o no, pero ahí es dónde se encuentra ahora la juventud enrollada. Ofrecen hosting gratis y tienen un foro que a día de hoy todavía permanece activo pese al auge de las redes sociales. En uno de los primeros salones en que viejos miembros del Wee compartíamos stand con las nuevas generaciones de subcultistas, me enteré de que nos llamaban, con un poco de retintín, “la weélite”. Qué tiempos aquellos. En el último salón que fui me dio la impresión de que a lo sumo ya nos consideraban “aweelitos”.
Pero ojo, ¡a lo largo de estos diez años no sólo me he codeado con webcomiqueros emergentes! A lo largo de estos diez años he llegado a conocer (en la mayor parte de los casos superficialmente) a gente importante. En LaRed140 participé una conferencia con Albert Monteys. Un Sant Jordi me pusieron a firmar en un stand de la Rambla Catalunya con L’Avi y Ricard Soler. En un concierto ilustrado de El Estafador estaba el mismísimo Miguel Gallardo. Con la excusa del libro Enfoteu-vos-en!, que recopilaba chistes de humor gráfico en la órbita del 15-M, llegué a charlar con Joan Capdevila y Toni Batllori. Fui con Abarrots a ver un espectáculo en el que Roger Peláez cantaba punk-rock a cappella. Una noche cené burritos mexicanos con guacamoles al lado de Paco Alcázar. Otra noche cené comida china con Mauro Entrialgo, Furillo y tres chicas del Caniculadas. Javi Royo nos invitó a toda la tropa de El Estafador a platos combinados de shawarma. En los salones del cómic a veces me saluda Lalo Kubala. Y siempre que voy a salones, exposiciones o manifestaciones, sé que me encontraré a Azagra, que está en todos los sitios en los que hay que estar. Creo que con sólo que pusiesen un azagra por cada cuatro ministros, España saldría de la crisis en un par de horitas. Y ya supongo que habrá gente que no lea tebeos habitualmente que pensarán que qué les estoy contando, que quién son estos señores. Pues estos señores son algunos de los más grandes. Y punto.
Lo de conocer artistas cuyo trabajo admiras es algo que tiene sus intríngulis e intimida un poco, tienes muchas cosas bonitas que podrías decirle a la persona que tienes delante pero no sabes si le hará ilusión que le hagas la pelota o si ya está aburrida del tema y prefiere que finjas que no le consideras alguien especial.
Alguna vez he llegado a vivir la situación desde el otro lado y también ha sido bastante raro. A mí personalmente me hace muy feliz hablar con lectores del Listo, el hecho de que se rían con las mismas cosas que yo ya es síntoma de que compartimos un sentido del humor y la conversación suele ser más fluida y agradable que con los lectores de prensa deportiva. Además, como a todos los seres humanos poco familiarizados con las mieles del éxito, me encanta que me hagan la pelota. No resulta fácil cansarse de este tipo de interacciones. En una fiesta conocí una vez a un fan que me acorraló en un rincón y me estuvo hablando durante horas sobre mi obra y tardé mucho en darme cuenta de que era un pesado. Todo el mundo se había dado cuenta menos yo porque su adulación me había cegado y cuando me enteré tampoco sabía cómo librarme de él porque era una situación a la que no estaba acostumbrado. Miraba hacia los lados y veía amigos y amigas y personas a las que no conocía pero que me hubiese gustado conocer, todos interactúando entre ellos, charlando de cosas divertidas, tomando copas, ligando, y yo ahí, en un rincón, acorraladísimo, asintiendo con la cabeza y tratando de encontrar una salida. Es lo más parecido a una tía buena que me he sentido nunca. Traté de recordar cómo huían de mí las tías buenas cuando yo era joven e inexperto en las artes de seducción y creía que acorralándolas en un rincón y hablándoles mucho rato me iba a comer un rosco.
«Voy un momento al baño», le dije.
Los más versados en teoría de juegos habrán adivinado que el plan era que mientras yo miccionaba el fan pesado entablase conversación con otra persona y poder hacer yo también lo mismo al salir, pero el fan pesado usó una estrategia que no me había atrevido a usar yo nunca cuando era joven e inexperto en las artes de seducción. Me esperó en la puerta del baño y cuando salí retomó su discurso en el punto exacto en el que lo había dejado.
Y, bueno, he conocido a dibujantes de cómics con mejores habilidades sociales que yo, pero también he conocido a muchos dibujantes de cómics con peores habilidades sociales que yo. En general, sin embargo, por muy feo que sea generalizar, me atrevería a decir que los dibujantes de cómics no suelen ser machos alfa pero sí que suelen ser buena gente. No sólo los mindundis de los webcómics, sino también los grandes astros del papel, incluso los que publican en tapa dura. Parecen tener menos humos que la mayoría de músicos o escritores en prosa. Mi teoría es que los dibujantes de cómics tienen tanta creatividad o más que los que se dedican a cualquier otro arte pero mucho menos glamour y muchas menos posibilidades de forrarse o de acostarse con fans, y eso hace que tengan menos motivos para codazos y envidias y que por tanto se chalen menos y se conserven más simpáticos y con más sentido del humor.
Aunque de todo hay de todo en todos lados, por supuesto. En un salón del cómic pusieron una exposición sobre los westerns y ahí, entre el atrezzo de cactus, carabanas y saloones, un dibujante de cómics encontró otro dibujante de cómics que le había hecho una reseña despectiva en un blog y se le encaró y empezaron a empujarse pecho con pecho y casi se pegan. Los que nos perdimos el momento álgido del improvisado espectáculo podimos deleitarnos en la continuación digital de la reyerta en el Facebook y en sus respectivos blogs, pero creo que se trató de un follón bastante excepcional, poco representativo de un sector con bastante más tendencia a comer flores que a las agresiones físicas.
Hay una anécdota que ilustra bastante bien el carácter generalmente afable y bonachón de los dibujantes de cómics. Resulta que cuando se inauguró el AVE entre Barcelona y Madrid, la Renfe invitó a un montón de comiqueros a pegarse una buena comilona en un restaurante de la capital como excusa para que probaran lo bien que se iba en el recién estrenado tren de alta velocidad. El restaurante en el que se celebraba el evento era pijo y en él había muchas mesas abarrotadas (como en una boda pero con menos chicas) y en una de las mesas les costaba un poco tragar. Se estaban zampando un filete muy gordo y sanguinolento y mascaban y mascaban mientras compartían chistes y batallitas. Más de uno consideró que aquella carne estaba un poco cruda, pero prefirieron no decir nada para no molestar y para no interrumpir la animada conversación de la que estaban disfrutando. Al cabo de un rato llegó un camarero con una piedra aplanada muy caliente y la puso sobre la mesa. “¿Todavía no os han traído la carne?”, preguntó, así como dando a entender que la carne y la piedra caliente estaban relacionadas de alguna forma, como si quizá el protocolo consistiese en poner la carne sobre la piedra para que se cocinase un ratito antes de comerla. Los dibujantes de cómics, atando cabos, respondieron “uh…” mientras disimuladamente se limpiaban la sangre de los labios con la servilleta.
Y ya que hablamos de sangre, dejadme que haga otro flashback para coger carrerilla de cara a contaros cómo y por qué me lié a montar una fiesta en un club de sadomasoquistas.
Resulta que entre 2004 y 2009, de forma paralela a los cómics del Listo estuve escribiendo chorradas sobre cine, una especie de parodias de críticas cinematográficas que iba poniendo en un blog que llamaba La cinefilia. Hoy en día se diría que lo que escribía en ese blog eran flames tontos, pero en aquellos tiempos flamear tampoco era una conducta tan asentada en internet y yo creía que buscar polémica porque sí era algo transgresor y en cierto modo contracultural. Cuando me harté del blog, se me puso entre ceja y ceja la idea de recopilarlo todo en forma de libro. Ni se me pasó por la cabeza buscar un editor. Estuve curioseando las opciones de pay-per-print de sitios como Lulú o Bubok hasta que me di cuenta de que lo más fácil y barato era contactar con una imprenta e imprimir yo mismo unos cuantos, pasando de intermediarios. Quedó bastante chulo, y no se vendieron mal del todo, hasta tuve que sacar una segunda edición. En esa segunda edición, ya puestos, aproveché para corregir la ortografía, la gramática y algunas erratas también de contenido.
Cuando saqué la edición corregida en 2010 hicimos una presentación virtual por internet en la que un montón de coleguillas se prestaron a leer fragmentos frente a su webcam y moló mucho, pero cuando saqué la primera en 2009 quería prestigiarme y buscaba algo más tradicional, aunque no tan tradicional como una librería o un centro cívico.
Al final la presenté en un antro del barrio de Gràcia llamado Bar Elèctric. Dimos una pequeña charla con Pere Rovira, Jorge Croissier y Miquel Payaró, leímos unos fragmentos y nos tomamos unas cervezas. Puede parecer una tontería, pero para un autor novato una velada así es uno de los días más felices de la vida. El bar Elèctric tiene una salita al fondo en la que suelen dar conciertos de bossanova y cosas así, tranquilitas, y esa pequeña sala era ideal para lo mío, porque por pocos lectores que hubiesen venido ya daba la impresión de llenar el aforo, con gente sentada en taburetes, gente sentada por el suelo, y gente de pie. Y todos los que vinieron eran amables y entusiastas, lo rieron todo y aplaudieron un montón. Y luego nos fuimos a cenar.
El caso es que cuando en 2011 saqué el álbum amarillo del Listo me pareció que había que superar la presentación de El gran libro de la cinefilia y empecé darle vueltas a la cabeza en busca de un sitio que permitiese ese ambiente informal de los bares de Gràcia pero que fuese un poco más grande.
Y el destino quiso que por aquel entonces me reencontrase con mi amigo Pepón de la universidad, que había prosperado tanto que ya no le llamaban Pepón sino Josep. En la universidad no habíamos coincidido en muchas clases, pero nos caíamos bien porque ambos escribíamos y sí que habíamos coincidido en algunas fiestas. Con el tiempo habíamos perdido un poco el contacto, y moló mucho retomarlo, porque Josep es un tipo muy majo y también porque por aquel entonces su chica y él regentaban un local raro en el que montaban fiestas privadas, clubs de lectura, encuentros gastronómicos y otras actividades lúdicas y culturales, y la posibilidad de presentar ahí mi tebeo parecía ilusionarles tanto como a mí.
El sitio se llamaba El nido del escorpión y la mayoría de movidas que en él se celebraban eran de ambiente BDSM.
Inciso: BDSM son siglas de bondage, dominación y sadomasoquismo. La verdad es que para mí reencontrarme con Josep tuvo también un gran valor didáctico. Entre otras cosas aprendí el nombre de un montón de herramientas de azote y de los diferentes roles que adopta la gente en el mundillo bedesemero. Resumiendo un poco, podríamos decir que hay amos, sumisos y switchs. Los primeros juegan a dominar, los segundos a ser dominados y los terceros depende del día. A los que vivimos la sexualidad de forma convencional nos llaman vainillas, en referencia al típico señor gris que entra en una heladería italiana de ensueño, repleta de helados de todos los sabores, colores y texturas, con miles de combinaciones y posibilidades a su alcance, y va y le pide al heladero: «Por favor, uno de vainilla».
Yo personalmente no me siento nada identificado con este arquetipo, porque soy poco aficionado a las ataduras físicas y a los azotes pero siempre que he entrado en una heladería pija me he pedido helados de chocolate.
Pero bueno, el caso es que el local de Françoise y Josep era maravilloso, justo lo que andaba buscando. Para empezar, estaba en un sótano en el que los móviles no tenían cobertura, y a mí me encantan los sitios en los que los móviles no tienen cobertura. Antaño había sido una panadería, ahora había un cuarto oscuro en lo que antes era mismamente el horno de tostar panes. En él, tras una aterciopelada cortina negra, se escondían dos colchones forrados de escay, un candelabro y un espejo. El cuarto oscuro era, pues, realmente oscuro sólo cuando las velas del candelabro estaban apagadas. En la sala adyacente había una barra de bar, un columpio, un maniquí sin brazos y unos sofás. En una tercera sala, que parecía un búnker con las paredes pintadas de rojo, había una pantalla de cine en la que proyectar películas, algunos taburetes, una jaula en la que cabía un león grande o dos personas de tamaño medio apretadas. Y luego había una cocina-pasillo y un pequeño aseo con ducha. Y, por todos lados, carteles sexis y estanterías y vitrinas con látigos, fustas, espumaderas, cuerdas de cáñamo y yute, cadenas de acero, cortapizzas con pinchos y muchos muchos libros, de todo tipo: ficción, ensayo, poesía, cómic, fotografía…
El plan de la fiesta era que Mery Cuesta y Julio Arriaga presentaran el tebeo, Andrés Palomino recitase su monólogo del hombre frikisexual y las chicas de Pentina’t Lula, que por aquel entonces se hacían llamar Cruceros Perfidia, tocaran versiones de canciones de ayer y de siempre. Luego varios deejays pincharían discos, yo vendería tebeos y Françoise y Josep darían explicaciones sobre cómo hacer nudos, que cuando lo explican los boy scouts parece un coñazo, pero cuando lo explican Fran y Josep suele dar mucho morbo. Además, un amigo cuya identidad no estoy autorizado a desvelar se pasearía por ahí con un morph suit azul, en plan performance. Un morph suit es como una media de elastano que cubre todo el cuerpo, incluida la cabeza, sin agujeros para los ojos ni nada. La persona que lo lleva puesto ve a través de la tela, pero pero desde fuera no se le ve la cara, solo la forma, y da una sensación de anonimato muy divertida.
Por supuesto, hubo contratiempos imprevistos. El primero, un terremoto en Japón con tsunami incorporado, que segó miles de vidas y reavivó fantasmas nucleares. El Nido del Escorpión no estaba dentro de la zona de riesgo de Fukushima, pero los lazos que unen a los bedesemeros con los japonófilos son estrechos, y, hablando de lazos, les dio por montar un evento solidario en el que atarían a voluntarios y voluntarias y recaudarían dinero para los damnificados por el seísmo. Lo llamarían Cuerdas por Japón y, cosas del destino, iba a coincidir con mi Listo Party.
Me llamó Josep y me dijo que no me preocupase, que lo primero era lo primero, y que lograría dedicar un rato a cada cosa sin que nuestra agenda se viese afectada. Ningún problema. Otro día me preguntó si me importaría que después de atarse y desatarse solidariamente viniesen los bedesemeros y juntásemos las dos fiestas. O tres, porque, puestos a coincidir, también coincidía con que era el cumpleaños de una bedesemera vegana que hacía pastelitos con productos no procedentes de ningún tipo de maltrato animal, y nos traería merendola. A mí me pareció todo genial, y le dije que sí, que por supuesto, que cuanta más gente viniese mejor que mejor, más nos divertiríamos y más posibilidades habría de que se vendiesen mis tebeos.
Como era de prever, al final se nos fue un poco de las manos. Yo había anunciado la fiesta en el blog y por las redes sociales contando con que la gente pasa de todo y que ni siquiera los que confirman su asistencia por Facebook suelen asistir a los eventos, y me habían ayudado a correr la voz algunos blogs amigos y agendas molonas como Le Cool o el Imperdible BCN, y, claro, la fiesta tenía tan buena pinta que el aforo reventó incluso antes de que llegasen los sadomasoquistas. Aquello parecía el Madrid Arena en hora punta. En la sala roja en la que transcurría el show de los conciertos, monólogos y presentaciones no cabía un alfiler, en el pasillo y la sala principal tampoco. El único sitio en el que la muchedumbre no se apretujaba era el cuarto oscuro, por prudencia.
Y yo me lo pasé bomba, pero hubo gente que se agobió un poco, y hubo algunos mareos y algunos ataques de claustrofobia. Al chaval del morph suit le subió la fiebre, y decía que no era por la fiesta, que ya había venido malito de casa, pero no se atrevió a meterse dentro del traje. En la barra no daban abasto. En la puerta tampoco. En un momento dado, en plena borrachera de ego, recuerdo haberme discutido con el gigantesco portero que custodiaba el interfono porque no dejaba entrar a mis amigos que llegaban tarde. Incluso alguno que salió un momentito fuera a llamar por teléfono luego tenía problemas para volver a entrar. Cómo no había cobertura, mi móvil permanecía tranquilo y silencioso, pero de madrugada, al salir al exterior, empezó a pitar como loco, con los ecos de mil millones de llamadas (cifra aproximada) y mensajes en plan “¿En qué número dijiste que era? ¡No pone nada en la puerta! ¿Es un local clandestino o qué?”.
El choque cultural cuando llegaron los de los nudos solidarios también fue interesante. Hasta ese momento había estado haciendo fotos felizmente pero a partir de ese momento las fotos no eran bienvenidas. La normativa del Nido prohíbe tajantemente las fotografías. Yo tenía permiso para hacer fotos en mi fiesta, pero se nos olvidó pactar el protocolo para cuando las dos fiestas se juntasen. Algunas sí que hice, y luego ya me pasé un ratito borrando caras con el Photoshop. Era divertido porque muchos bedesemeros irredentos temían que hubiese imágenes que los vinculasen al mundillo, mientras que los despistados que habían venido puntualmente por lo del Listo estaban todos encantados de aparecer en el Facebook entre nudos y cadenas.
Y diría que Ginés no es un reguetonero ni un bakala, al menos no a tiempo completo, pero ha escuchado mucha música en su vida, tienes unos gustos omnívoros y sofisticados, y a veces le parece gracioso pinchar canciones de reguetón o de bakalao en las fiestas. Lleva un rollo irónico y desprejuiciado que a muchos nos parece muy hip y divertido, pero llegó un punto en el que temíamos que los habituales del lugar le obligasen a cambiar Chimo Bayo por Nick Cave a base de latigazos.
Y Rafa, que días antes me había preguntado si a la presentación de mi tebeo se podía ir con críos y yo alegremente le había dicho que sí, ahora cada vez que nos vemos me lo echa en cara.
Hubo, sin embargo, muchos vainillas que quedaron encantados del evento y más de uno se hizo el carné del club para desvainillizarse. Con esto os podéis hacer una idea del poder de persuasión de Fran y Josep, que se pasaron toda la noche resolviendo dudas en plan superdidáctico. Me contó Josep que hacia las cuatro de la mañana uno de los vainillas se asomó tras la cortina del cuarto oscuro y después, desconcertado, le preguntó: “oye, Josep, ¿y eso que están haciendo allí, también cuenta como BDSM?”. Nuestro anfitrión miró tras la cortina, vio a dos tortolitos practicando fistfucking, y, tras dudar unos instantes, respondió “eh… no sé, supongo que depende de si han usado lubricante”.
Molaría montar otra fiesta así (o incluso un poco menos caótica) con la excusa del décimo aniversario del Listo, aunque no se me escapa que el hecho de que un webcómic cumpla diez años no debería ser motivo de celebración.
Fuimos pioneros del webcómic viejuno, sí. No hay muchos ejemplos de webcómics longevos, y menos en el idioma de Cervantes. Pero cuando uno mira los que quedaron atrás, el panorama no es precisamente desolador. Alguno hubo que dejó de actualizarse por defunción del autor, pero la mayoría dejaron de actualizarse porque eran hobbies de juventud, y sus autores maduraron y se buscaron aficiones propias de personas adultas (qué sé yo, la cata de vinos, la fotografía de platos de comida, el visionado compulsivo de teleseries o la cría de churumbeles). También hubo algunos que lograron convertir su hobby en una profesión, abandonaron la tontería de poner los cómics gratis online y empezaron a dibujar cobrando para alguna revista o periódico, que es justamente a lo que aspiraba yo cuando empecé en aquel lejano 2003.
En este sentido, que un webcómic cumpla diez años es un fracaso, pero se puede aprender a convivir con ello.
Cuando me reúno con otros webcomiqueros diletantes ya cuento con que tras unas pocas cervezas se oirán frases como: “no somos amateurs porque nuestro trabajo es tan bueno o más que muchas cosas que se publican en papel” o “no somos amateurs porque, aunque los medios tradicionales nos ninguneen, el número de personas que entra cada día en nuestras webs supera con creces el número de ejemplares de la tirada de la última gran novela gráfica reseñada en el Babelia” pero a mí personalmente no me desagrada la palabra amateur y no me parece que la frontera entre amateurismo y profesionalidad pueda definirse en función de la calidad o la repercusión del producto.
Ejemplo 1: Mi madre prepara unas croquetas de una calidad innegable, que le dan veinte patadas al culo a cualquier croqueta que pueda usted encontrar en la sección de congelados del Mercadona. Las croquetas de mi madre son amateurs. Las croquetas congeladas Hacendado son croquetas profesionales.
Ejemplo 2: Los encuentros sexuales entre personas que se profesan un amor recíproco suelen conllevar más cariño, dedicación y acrobacias que los encuentros sexuales con prostitutas. Los polvos que eche usted el próximo sábado con su media naranja seguramente serán amateurs. Las peluqueras orientales que tras cortarte el pelo te ofrecen un masaje con final feliz por cinco euros sin lavarse las manos son profesionales.
Tampoco es que tenga nada en contra del humor de pago, ni quiero dar a entender que lo amateur es siempre mejor que lo profesional, pero sí que no hay ningún motivo para que no lo sea.
Y hubo un tiempo en que los cómics amateurs se quedaban en un cajón y se apolillaban, sólo los profesionales tenían la posibilidad de encontrar lectores, pero eso ya pasó. Ahora la diferencia es sólo pecuniaria y, seamos honestos, en el mundo del cómic no estamos hablando tampoco de grandes cantidades.
Más de uno me ha dicho que si pongo mi trabajo gratis online es que no lo valoro, pero no es eso. Mi trabajo quizá es una mierda, pero yo lo valoro tanto que lo hago igualmente. De hecho, valoro tanto mi trabajo que me parece que la diferencia que puede haber entre no cobrar y cobrar poquito es anecdótica. Le he pillado el gusto a reirme de todo y de todos. He envejecido un poco, pero todavía no ha muerto del todo el Xavi que se divertía dibujando chorradas con boli para la revista de la universidad, escondiéndose tras un seudónimo por miedo a que si daba el nombre real los profesores corrigiesen sus exámenes estrictamente.
Claro que no me importaría forrarme dibujando. No pondría el despertador por las mañanas, me pasaría el día en pijama y sólo discutiría con adolescentes cuando coincidiese con alguno especialmente idiota en el transporte público. Pero tengo treinta y pico años, estoy empezando a creerme a mí mismo como profesor de instituto, y que los cómics del Listo sean un hobby ya no me parece poca cosa. Significa que tienen valor por si mismos, más allá del valor económico que pueda desprenderse de ellos. Y quizá esto suena cursi pero creo que puedo argumentarlo en términos de psicología cognitiva:
En un famoso experimento de los años 70, pillaron unos cuantos niños, los separaron en dos grupos, y les hicieron jugar con unos rotuladores de colores. A los niños de uno de los grupos les dieron luego caramelos, a los del otro grupo no. Después observaron el comportamiento de esos niños en su tiempo libre, en el que podían jugar con un montón de juguetes diferentes, y vieron que los niños de uno de los dos grupos mostraron más tendencia a seguir jugando con los rotuladores que los del otro grupo. La psicología tradicional hubiese apostado a que los niños a los que más les gustarían los rotuladores serían aquellos cuyos dibujos habían sido recompensados con caramelos, pero lo que sucedió fue precisamente lo contrario: los niños cuyos dibujos habían sido recompensados se pusieron a jugar con otros juguetes porque habían interpretado que haber estado dibujando había sido una especie de trabajo. Los otros habían interpretado que habían estado dibujando porque sí. Al no tener recompensa, sus mentes dedujeron que en el hecho de dibujar había una recompensa intrínseca.
Esos niños ya me cayeron bien la primera vez que leí sobre el experimento, porque me pareció que le daban una contundente patada al culo a todos los listillos que tratan de simplificar el comportamiento humano en base a estímulos pavlovianos, pero tardé un rato en darme cuenta de que también me habían caído bien porque me sentía identificado con ellos: mi caramelo también eran mis propios rotuladores.
Hay una frase célebre del histórico historietista Carlos Giménez que dice tal que así:
«Dibujar cómics es como una novia fea, sucia, poco honrada y que te trata mal, pero a la que quieres y estás enamorado de ella».
Seguramente bromeaba, pero de todas formas es una frase muy triste.
Para mí dibujar cómics es como una amante complaciente. Una amante complaciente atractiva, inteligente y con sentido del humor. Que no me exige nunca nada, que tiene un carácter fuerte pero está siempre dispuesta a pasar un buen rato. Una amante de esas que te hacen estar pensando en ella a menudo, una amante a la que, tras diez años de relación, un día de repente te apetece aprovechar la excusa más tonta para escribirle una carta de amor de longitud desmesurada.
Ladies and gentlemen, con la excusa del inminente décimo aniversario de los cómics del Listo, se nos pasa por la cabeza sacar un pequeño libro con algunas batallitas y reflexiones de intención humorística y divulgativa (seguramente será todo muy casero, autoeditado, tirada modesta, precio popular, sin crowdfundings ni nada)… pero nos falta encontrar un título con gancho. ¿Quizá usted podría ayudarnos?
El desafío: Proponga usted un título digno de usarse en un proyecto de semejante envergadura. El working title es Listozine, pero creemos que puede mejorarse.
Os váis a reir, pero el año pasado una profesora de Educación Visual y Plástica me invitó a compartir mi experiencia como dibujante de cómics y mis conocimientos sobre el tema con sus alumnos de la ESO. Primero pensé que no podía hacerlo porque me he acostumbrado a dibujar mis cosillas a mi manera, pero lo que son conocimientos no me sonaba tener ninguno. Luego, sin embargo, me fui entusiasmando y fui pensando sobre lo que dibujaba y sobre lo que leía y sobre cómo dibujaba lo que dibujaba y sobre cómo leía lo que leía, y fui tomando notitas. Y ahora, aún a riesgo de causar un daño irreparable a las futuras generaciones de artistas del noveno arte, ahora me ha dado por compartirlo:
Como se suele decir en estos casos, antes de nada vale la pena fijarse en que todos los niños saben dibujar. De hecho, los críos aprenden antes a dibujar que a escribir. A lo largo de la vida van perfeccionando la técnica hasta que llegan a la adolescencia, les entran los pudores, deciden que no saben dibujar y dejan de hacerlo.
Yo no fui una excepción: dibujaba cuando era pequeñajo y con la pubertad lo dejé.
Luego, a los veintipocos, seducido por los fanzines universitarios, me volvió a entrar el gusanillo de los cómics y el humor gráfico pero, como había decidido que no sabía dibujar, me consideré a mí mismo guionista y convencí a un amigo para que me hiciese los dibujos. Estuvo guai. Sin embargo, con el tiempo me fui aficionando más y más a hacer cómics y mi amigo no me seguía el ritmo. Probé a buscarme otro dibujante. Me pasó con él más o menos lo mismo. Probé a buscarme un tercer dibujante. Me pasó con él más o menos lo mismo.
En aquella época, cuando me las daba de guionista, normalmente los guiones que pasaba a los dibujantes no eran textos con descripciones de escenas, sino dibujos cutres en los que se veía qué era lo que estaban haciendo los personajes y cuales eran las expresiones de sus caras. Era como entregarles el cómic “en sucio”. Tardaba menos en expresarme en dibujos burdos que si hubiese tratado de describir las cosas en prosa, y no me parecía que fuese necesario saber dibujar para dibujar en sucio. Dibujar en sucio era dibujar a saco, sin tener que preocuparme por consideraciones estéticas, pensando sólo en lo que quería mostrar, y me resultaba muy cómodo y agradable. Pero luego el dibujante, al dibujarlo bien, a veces cambiaba las expresiones de los personajes, o añadía cosas alrededor, paisajes, fondos, objetos o personajes secundarios que a menudo tenían mejor aspecto que la mierda que había dibujado yo, pero que a veces me parecía que distraían un poco del chiste en sí. Como yo era el guionista y no sabía dibujar, me fiaba de los dibujantes cracks, y, como además dedicaban mucho rato a cada viñeta, raramente se me pasaba por la cabeza pedirles que repitiesen una página para que el resultado se acercase más a lo que yo había imaginado.
Pero un día vi la luz y probé a poner online directamente mi “guión”. De hecho, diría que el primer guión que puse online estaba especialmente mal dibujado. En cierto modo, al poner eso online estaba haciendo como los tíos que saben que no saben bailar y cuando entran en una discoteca se muestran todavía más rígidos y se mueven más raro de lo que lo harían si no estuviesen tan convencidos de su incompetencia. Poner eso tan feo a la vista de todo el mundo era para mí un chiste en sí mismo. Imaginaba que los lectores se me echarían a la yugular. Pero las reacciones fueron más tibias de lo esperado.
Y poco a poco me aficioné a dibujar mis propios chistes. Sigo dibujando peor que la mayoría de dibujantes que conozco, y muchos de mis amigos dibujantes de cómics han tenido la amabilidad de darme consejos para mejorar y muchos me han recomendado que me lo tome un poco más en serio y que aprenda a dibujar mejor o que me busque un dibujante y me dedique sólo a los guiones.
Pero una de las cosas bonitas de Internet es que me permite llegar a miles de lectores sin pasar por el filtro de ningún editor preocupado por la importancia de dar una buena primera impresión, y una de las cosas bonitas de estos miles de lectores es que la mayoría de ellos no son dibujantes de cómics y lo que quieren es que les cuenten chistes o que les cuenten historias. El virtuosiosmo gráfico parece sudarles la polla. Su relación con el noveno arte es más prosaica: ellos se leen las viñetas y si les hacen gracia las comparten. Y esto ha hecho que se me subiesen los humos hasta el punto de que empiezo a sospechar que sí que sé dibujar. ¿Si sabía dibujar cuando tenía 10 años por qué no voy a saber dibujar ahora? Es más, el tema ha despertado mi curiosidad y he leído cuatro cosillas y me he aprendido algunas palabras molonas sobre el tema y me he inventado un par de ejercicios para explicar por qué dibujar es tan fácil.
Ejercicio 1: Agarre usted un rotulador y un trozo de papel. Dibuje tres manchurrones no alineados. Mire el papel. ¿Qué ve?
Tres cavidades en una roca también sirven, esto se hace solo.
En realidad el cielo no te sonríe, pero a tu cerebro le da igual.
Se han dado casos de ingenieros que miran tres objetos no alineados y ven tres objetos no alineados, pero la mayoría de seres humanos cuando miran tres objetos no alineados ven una cara. Así de fácil es dibujar.
Si hay dos de estas manchas que son de tamaño similar seguramente se interpretarán como ojos, y la tercera “será” la boca. Si alargamos la tercera mancha de forma más o menos paralela a la línea imaginaria que une “los ojos”, la ilusión óptica es tan fuerte que ya casi nadie lo considera una ilusión óptica.
Este fenómeno tan simpático que nos hace ver caras y formas reconocibles en presencia de estímulos vagos se llama pareidolia, y resulta útil para pasar el rato buscando animalicos en las nubes, monstruos en las manchas de humedad de los lavabos de carretera o apariciones de personajes bíblicos en las líneas de grasa de una loncha de jamón.
Camiseta roja en lavadora: pareidolia nivel avanzado.
Y puede parecer una tontería pero la pareidolia tiene su razón de ser desde un punto de vista evolutivo, ya que las caras son importantes para la supervivencia: algunas son de familiares y amigos, otras son de presas o de depredadores a los que conviene perseguir o de los que conviene tratar de huir. Aquellos individuos pareidolicos que reaccionan rápido ante cualquier cosa que parezca un rostro tienen más posibilidades de transmitir su material genético que los que se esperan a estar seguros de si ese algo que se dirige hacia ellos es la boca de un tigre con ganas de pegarse una merendola. Mejor dar falsos positivos y ver caras en las paredes de Bélmez que arriesgarse a dar un falso negativo y ser comido por un oso.
En todo caso, no sólo soy fan de la pareidolia porque ha permitido que mis ancestros transmitiesen su ADN hasta mi persona, sino también porque me permite hacer creer a mis lectores que con dos puntitos y una rayita ya he dibujado una cara:
·_·
Pero antes de profundizar en el dibujo de caras, os cuento otra palabra molona que nos ayudará a desmontar la trola de que es necesario haber estudiado Bellas Artes o Diseño Gráfico para saber dibujar. La otra palabra clave es semiótica, y, como su propio nombre indica, hace referencia a la relación entre los fenómenos significantes y sus significados.
Ejercicio 2: Dibuje usted una casa. Cuando la haya dibujado asómese a la ventana y busque alguna vivienda que se parezca a la casa que acaba usted de dibujar.
Si, como la mayoría de personas hoy en día, vive usted en un entorno urbano, notará cierta disparidad entre lo dibujado y lo observado.
Esto no es una casita, es un arquetipo.
Sin tener ni idea de semiótica, cuando era pequeñajo ya dibujaba casas que no se parecían a la mía ni a ninguna de las que había en mi calle, porque no había aprendido a dibujarlas mirando casas reales sino mirando casas dibujadas. Quizá en otros sitios (¿en Francia? ¿en Suiza? ¿en la Vall d’Aran?) existían casitas de un solo piso con un puntiagudo techo a dos aguas, una chimenea humeante, un caminito serpenteante y un arbolito al lado, pero en mi barrio no había visto yo nunca una casa así. Y sin embargo tardé años en darme cuenta de que lo que dibujaba no se correspondía con nada que hubiese visto previamente en el mundo real. Pero es que tampoco la palabra “mesa” tiene aspecto de mesa. ¿Y qué?
No dibujamos las cosas como son sino como se dibujan.
Una casita dibujada no tiene por qué parecerse a ninguna casita del mundo real, basta con que se parezca al símbolo que representa una casita en el imaginario colectivo.
Ni una sola puta casa con forma de casita dibujada
En algunos sectores los símbolos están normalizados (en los esquemas de circuitos eléctricos, en los planos arquitectónicos, en las etiquetas que indican cómo hay que lavar la ropa…) y quién no siga la norma no va a llegar a ningún sitio.
Un condensador electrolítico se dibuja así y pobre del que lo dibuje diferente.
En el mundo del cómic los símbolos no están normalizados, pero también existen, y aunque no sea obligatorio usarlos vale la pena conocerlos porque usarlos es más fácil y más divertido que prescindir de ellos.
Un ejemplo interesante es el de las caricaturas. De vez en cuando aparecen personajes nuevos en la arena política y los dibujantes de humor gráfico tienen que pensar fuerte y decidir cuales son los rasgos que hay que exagerar para darles una apariencia divertida a la par que reconocible. Pero al cabo de un tiempo los dibujantes han ido viendo las caricaturas que le han hecho otros dibujantes, y queda feo decir que se han ido copiando unos a otros, pero más o menos eso es lo que hacen muchos de ellos (pregúntenles, a la mayoría no les importa reconocerlo), de manera que se terminan creando símbolos más o menos estandarizados de cómo tienen que ser las caricaturas de cada personaje público. Buscad caricaturas de cualquier ministro en el Google, veréis que todas se parecen entre ellas bastante más de lo que se parece cada una de ellas al ministro que representan.
Algunas caricaturas del valiente hijo de puta que nos gobierna.
El bicho, al natural.
Conozco un señor que está jubilado y pinta cuadros muy bonitos. Hablando con él sobre esto me dijo que está muy mal que los dibujantes se inspiren en el trabajo de otros dibujantes. Que el artista tiene el deber moral de inspirarse siempre en el modelo original. Puede que tenga razón, porque ha leído mucho y ha pensado mucho sobre el tema, pero también es verdad que es un tío al que invitan a pocas fiestas y tiene muy pocos seguidores en el Twitter.
En todo caso, los símbolos que representan la realidad pueden parecerse a la realidad que representan o pueden no parecérsele (o parecérsele muy poco).
Llamamos realistas a los dibujos que, dentro de lo posible, tratan de parecerse a la realidad.
A los dibujos que ni se parecen a la realidad ni parecen tener ninguna necesidad de parecérsele, hay autores que los llaman icónicos pero también he visto autores que consideran que la palabra icónico está aquí mal aplicada, que habría que llamarlos caricaturescos o cartoonescos. Me preocupa bastante poco la palabra que se use. Lo interesante es que este segundo tipo de dibujos no sólo suelen ser más fáciles de dibujar sino que además pueden llegar a tener más fuerza que los dibujos realistas, porque suelen simplificar y prescindir de lo superfluo, representando solamente la esencia de lo que se quiere representar.
Por muy realista que dibujes una pipa, no te la vas a poder fumar, chacho.
Un paisaje de un cómic de Tintín, por ejemplo, es un dibujo bastante realista.
Esto no es un barco, es sólo un dibujo de un barco, pero qué pedazo de dibujo.
La cabeza de Dilbert, sin embargo, es un dibujo bastante icónico.
Dilbert, haciendo lo posible para levantar el país.
Si un día en el mundo real te encontrases un paisaje tintinesco seguro que notarías algo raro (los colores no suelen ser exactamente así, las texturas no suelen ser tan finas…), pero si en la oficina te encontrases un oficinista con un cabezón dilbertesco ya te digo yo que te cagabas por la pata baja.
Sin embargo, en el papel ves a Dilbert y sabes que es un oficinista vulgar, con sus gafitas, su parsimonia y sus limitadas habilidades sociales. En la mayoría de viñetas ni siquiera tiene boca pero cuando lo ves no te preguntas por dónde come. Si vieses un señor en el mundo real que no tuviese boca casi seguro que sí que te lo preguntarías.
Por otro lado, los dibujos icónicos pueden ser mucho más ambiguos que los dibujos realistas y por consiguiente es más fácil sentirse identificado con ellos.
Este señor tan guapo es Roberto Alcázar, agente de la Interpol.
Me explico: Si ves el dibujo de una cara bien dibujada con todos los detallitos, la nariz, los pelos, los ojos… sabes que representa una cara particular. Sin embargo, si ves una cara dibujada con dos puntitos para los ojos y una línea para la boca ves simplemente una cara, que podría ser la de cualquiera, que podría ser incluso la tuya.
Mi amigo el pintor jubileta considera que ambos estilos de dibujo son válidos, pero que cada uno de ellos tiene funciones diferenciadas y que lo importante es mantener una coherencia dentro de una misma obra. Según él, un monigote simplista en un contexto realista cantaría tanto como un cristo románico en un altar gótico. Pero ustedes ni caso. Desentierren los tintines y miren la cara del prota. Dos puntitos negros, un bultito a modo de naricita y una rayita a modo de boca. Eso es icónico que te cagas. Y cuela perfectamente en medio de un paisaje realista. Es más, cuela perfectamente interactuando con personajes cuyas caras son mucho más realistas y detalladas que la suya. La coherencia estilística no es obligatoria ni siquiera dentro de una misma viñeta.
Este señor no sé quién es, pero me suena de algo. Podría ser yo.
Scott McCloud decía algo así como que un dibujo realista describe cómo son las cosas, pero que una cara icónica a lo Tintín sólo te muestra si sonríe o si se sorprende o grita o levanta las cejas; porque cuando tu lees un tintín quieres ver los escenarios de sus aventuras y quieres ver qué caras tienen los personajes secundarios, pero te da igual los rasgos exactos del careto del prota, porque el prota eres tú.
También es verdad que cuando miras hacia fuera y ves la gente a tu alrededor estás usando el sentido de la vista y puedes percibir que la gente tiene caras diferenciadas con un montón de rasgos, pero cuando miras para adentro estás usando un sexto sentido llamado propiocepción que no te permite ver los detalles del aspecto de tu rostro, pero te permite saber tu postura corporal y si sonríes o no, si te sorprendes, si gritas, si levantas las cejas. Eres Tintín.
Y no sólo eso, otra ventaja del dibujo icónico es que puede ser mucho más simple que la realidad y por tanto el cerebro puede procesarlo más rápido y con menos esfuerzo, dejando más recursos disponibles para concentrarse en el chiste. Los dibujos simples se “leen” con más fluidez que los dibujos realistas.
No es casual que tantos personajes de cómic pongan cara de clic de Playmobil.
Se puede argumentar que seguramente la mayoría de los que nos decantamos por dibujar en plan icónico y simplista lo hacemos así por falta de talento, tiempo o motivación para experimentar con estilos más elaborados, y seguramente es verdad. Todas las otras ventajas que he descrito son racionalizaciones a posteriori, pero, ojo, eso no las hace menos reales.
Pero esto no significa que no me guste el dibujo realista o que me sienta condescendiente con el simpático empecinamiento de tantos artistas en tareas que según cómo se mire ya quedaron obsoletas el siglo pasado con la invención de la fotografía. Porque a los dibujos realistas bien hechos también tienen sus ventajas, y a mí ahora mismo se me ocurren dos: una es su innegable belleza (que vale, que el dibujo icónico también puede ser bello, pero ya es una belleza diferente), y otra que los dibujos realistas a veces permiten dotar de más verosimilitud el mundo que habitan los personajes. Fíjense en la paradoja: los géneros de fantasía y ciencia ficción ambientados en mundos imaginarios suelen apostar por dibujos más realistas que los géneros ambientados en el mundo real.
La fantasía, la ciencia ficción y los guiones inverosímiles suelen pedir a gritos un buen dibujo realista.
Pero bueno, me atrevería a decir que los cómics con dibujos sencillos se suelen leer más a gusto que los cómics con dibujos supercurrados por el mismo motivo que el pop entra mejor que la música dodecafónica. Un artista gráfico que se las da de virtuoso sin que la historia lo requiera es como el típico guitarrista pelmazo al que gusta pegarse solos de veinte minutos.
Ladies and gentlemen, en Listocomics.com somos más de hacer cómics, como la propia URL indica, pero a veces nos envalentonamos y nos ponemos a teclear a lo loco, y al principio nos salían burradas de intención humorística que nos gustaba considerar cómics en prosa, pero últimamente las burradas que escribimos tienen también un trasfondo divulgativo… Hete aquí nuestro intento de recopilarlas.
Y luego también están todas las burradas sobre cine que escribimos entre 2004 y 2009 en La Cinefilia y que luego recopilamos en El gran libro de la cinefilia, que hoy en día se encuentra prácticamente agotado pero a la que tengamos un rato lo reeditamos.
Ladies and gentlemen, este Sant Jordi sale a la venta el libro Te quiero contar, de Natalie Rameux, con un prólogo de Listo Entertainment que dice tal que así:
PRÓLOGO
Nathalie Rameux es muy maja. Y no me refiero sólo a su portentosa anatomía, aunque cualquier persona con sangre en las venas que haya intentado adentrarse en su obra online habrá tenido el mismo problema que yo: que te encontrabas una foto de su escote en la barra lateral del blog y se te iba la vista cada dos líneas y no había manera de concentrarse en lo que vendría a ser la calidad de su prosa. El truco que ideé para leerme sus posts de un tirón consistía en pegar una cartulina sobre la parte derecha del monitor, supongo que habréis llegado todos a la misma solución. En todo caso, os decía que la autora de este libro no sólo es maja físicamente, también parece ser un solazo como persona, y sus cuentos desprenden una ternura que ya quisieran para sí los cruasanes de la panadería de enfrente de mi casa.
En los cuentos de Nathalie, el mismísimo Satán parece buena gente. En el momento de escribir estas líneas, lo último que tiene colgado en la web es una conversación con Lucifer y, en serio, el tío inspira mucha más confianza que el director del instituto donde curro, por poner un ejemplo al azar de persona que uno tendería a pensar que debería inspirar más confianza que Satán, porque no es una entidad suprasensible que representa la encarnación suprema del Mal, con mayúscula, que yo sepa, vamos.
El Satán de Nathalie sí que, a pesar de ser una entidad suprasensible apriorísticamente malrollera, cae bien, entre otras cosas porque opina que qué más da lo que haya después de la muerte, porque seguramente después de la muerte no hay nada, e insinúa que lo importante es no desperdiciar esta vida, que vale la pena caer en las tentaciones, y que las tentaciones no suelen ser manzanas sino tartas de chocolate. Creo que podría entenderme con un Satán así.
Desde que leí el cuento ando siempre con una camiseta de heavy metal, con una cruz invertida y tres seises sanguinolentos. Que es que lo de las tentaciones siempre me ha gustado. A veces hasta me leía el suplemento del País. Y entiendo lo del chocolate como símbolo de la tentación (hay quién lo considera un substituto del sexo, yo personalmente prefiero verlo como un complemento).
Pero ojo, el camino del satanismo parece un camino fácil pero no lo es tanto. Uno trata de ser consecuente con el hedonismo y de no dejar pasar ningún tren, pero vivir así es morir de amor, si intentas sacarle el máximo jugo a la vida, si tratas de no dejar pasar ninguna oportunidad, a la que te despistas se genera dentro de ti un reflejo condicionado que te hace decir que sí a cualquier cosa que te proponga una chica, porque la palabra ‘no’ es una palabra muy fea. Y así es como me lié a escribir este prólogo. Aún tuve suerte que Nathalie me pidió que le escribiese un prólogo, porque si me hubiese pedido que le construyese una catedral tampoco hubiese sido capaz de negarme y ahora estaría excavando criptas, levantando torres y puliendo vitrales como un campeón.
Aunque… ¿un prólogo?, madre mía, ¿quién me he creído que soy? ¿qué puedo aportar yo a la lectura de este libro? Que a ver de dónde saco el valor de confesarle a Nathalie que no sé qué decir a parte de que escribe bonito.
¿Que cada uno de sus cuentos es también una tentación? ¿Que cada uno de sus cuentos es una pequeña tarta de cariño, ingenio, humor y sabiduría?
¿Que a mí el que más me tocó la fibra fue el del Sr Plátano, que abandonó el circo en que trabajaba porque se empeñó en madurar porque se creía que madurar molaba, pero, como era de prever, al madurar se puso marrón y blandurrio?
Que me gustaría profundizar en el tema y explicarlo bien, desde un punto de vista más ortodoxo, pero que me he hecho satanista y, claro, me he pasado el día retozando como los animalicos de los prados y ahora apenas me queda energía para comentarios literarios, por no hablar del toblerone que hay en la nevera, que no se va a comer solo.
Comentarios recientes