No es que llenar de banderas el país fuese una memez, sino que había que colgar la bandera adecuada. La manipulación franquista no era mala en sí misma ni había por qué eliminarla: bastaba con remplazarla por la manipulación nacionalista. El desmedido amor a la patria, sumado al desprecio hacia esos países europeos que se resistían a reconocer los méritos del general Franco, podía ser sustituido por el amor a la auténtica patria, Cataluña, y los enemigos exteriores del franquismo por los españoles. En resumidas cuentas: lo peor del franquismo y de la España más rancia fue asumido por los nacionalistas catalanes al pie de la letra. La lucidez, ya se sabe, nunca ha hecho feliz a nadie. Y de lo que se trataba, al parecer, no era de imponer la cordura, sino disponer de un delirio propio. Eso permitía descargar todas nuestras culpas en un práctico enemigo exterior que nos tenía sometidos, nos hacía la vida imposible (por envidia, entre otras cosas), nos impedía culminar nuestra tendencia natural a la excelencia y nos llevaba a nuestra propia versión de la famosa frase de Sartre según la cual el infierno son los demás.
Bueno, en realidad suele suceder en casi todo los países del orbe…
¿Has vuelto a control-z?
Sólo como lector y fan.
Leí en algún sitio que:
«El nacionalismo es tan estúpido como que un geranio se crea mejor que otro geranio sólo por el hecho de haber nacido en su maceta y no en otra».
¡Qué grande eres Listo!
No es que llenar de banderas el país fuese una memez, sino que había que colgar la bandera adecuada. La manipulación franquista no era mala en sí misma ni había por qué eliminarla: bastaba con remplazarla por la manipulación nacionalista. El desmedido amor a la patria, sumado al desprecio hacia esos países europeos que se resistían a reconocer los méritos del general Franco, podía ser sustituido por el amor a la auténtica patria, Cataluña, y los enemigos exteriores del franquismo por los españoles. En resumidas cuentas: lo peor del franquismo y de la España más rancia fue asumido por los nacionalistas catalanes al pie de la letra. La lucidez, ya se sabe, nunca ha hecho feliz a nadie. Y de lo que se trataba, al parecer, no era de imponer la cordura, sino disponer de un delirio propio. Eso permitía descargar todas nuestras culpas en un práctico enemigo exterior que nos tenía sometidos, nos hacía la vida imposible (por envidia, entre otras cosas), nos impedía culminar nuestra tendencia natural a la excelencia y nos llevaba a nuestra propia versión de la famosa frase de Sartre según la cual el infierno son los demás.