Ladies and gentlemen,
mañana martes 3/12/19 hablarán, entre otras cosas, del menda y de Cardio en el programa El 5º fantástico de Alberto Jiménez, en Ràdio Gavà de 8.45 a 10 de la mañana. El programa incluirá la entrevista del sábado a Mercrominah y Xavier Àgueda en el Oh! Cómics Fest y podrá escucharse tanto online como en el 91.2 de la frecuencia modulada.
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Ladies and gentlemen, la Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic ACDCómic ha sacado un libraco titulado Cómic digital hoy: Una introducción en presente que trata sobre el mundo del tebeo online vía ensayos divulgativos y entrevistas a autores, y me ha hecho mucha ilusión que Gerardo Vilches se acordase del Listo en su artículo Breve historia del cómic digital y José A. Serrano en su artículo Breve guía de campo, pero todavía más ilu me ha hecho descubrir que autorazos como Natacha Bustos y Xabi Tolosa mencionan a nuestro héroe en sus entrevistas. ¡Agradecido y emocionado!
Más información aquí, la posibilidad de descargar el libraco gratis en PDF aquí.
1010. Aviso importante
«La razón es, y solo debe ser, esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas.» (David Hume)
932. Normalización
Tira cómica patrocinada por la colección oficial de juguetes de las Cincuenta Sombras de Grey en PlatanoMelón.com.
Todos tenemos más o menos claro qué es una novela y qué es lo que esperamos de ella, pero los libros que no son novelas son más escurridizos. Ahí hay divulgación, ensayos, memorias, manuales y otros, y a menudo los juntamos y los etiquetamos salomónicamente como “no ficción”, así como dando a entender que no sabemos exactamente qué son pero al menos tenemos una idea aproximada de lo que no son… Aunque luego nos encontramos con que la no ficción puede llegar a contener bastante ficción y eso lo complica todo.
Entiendo que la calidad literaria de las novelas no depende de si estas incluyen más o menos hechos demostrables o documentados en otras publicaciones, pero si leemos libros de no ficción suele ser con la intención de aprender cosas y por consiguiente la ausencia de ficción en ellos sí que debería ser uno de los indicadores más importantes de su validez.
El problema es que para detectar trolas en un libro de no ficción de forma sistemática es necesario que tu nivel de conocimiento sobre el tema sea superior al que ostenta el autor del libro, y eso no suele darse porque normalmente los libros que tratan sobre cosas que ya sabemos no nos aportan nada y raramente nos predisponemos a dedicarles nuestro tiempo.
Sirve de ejemplo un libro de texto de Santillana en el que ponía que Galileo inventó el telescopio y que con él demostró la teoría heliocéntrica que dice que los planetas y las estrellas giran alrededor del sol, que un padre aficionado a mirar el cielo por las noches lo vio y lo fotografió y lo puso en las redes sociales para que los internautas más avispados se riesen y soltasen comentarios sarcásticos sobre nuestro sistema educativo. Ese libro, sin embargo, estaba pensado para alumnos de la ESO y su conocimiento del universo era más modesto que los de los mordaces internautas. Es probable que muchos de ellos no sólo aceptasen el hecho de que Galileo había inventado el telescopio, que es algo que le podría pasar a cualquiera, sino que puede que llegasen a leer y releer el fragmento hasta aprehender la idea de que las estrellas giran alrededor del sol, lo que choca un poco con las teorías actualmente vigentes en el campo de la astronomía.
El reto es pues detectar, a poder ser antes de leerlo, si es susceptible de incluir fragmentos de ficción un libro de no ficción que trata sobre un tema que no dominamos.
Un truco fácil es mirar la solapa del libro. A veces basta con ver la foto del autor, a algunos se les ve a la legua que son unos fantasmas. Por si su aspecto físico no fuese suficiente, es probable que también encontremos ahí un pequeño texto biográfico que nos de una idea más concreta de qué tipo de persona es, si tiene estudios, si esos estudios tienen alguna relación con los temas sobre los que escribe, si recibió algún premio relevante, si ha publicado algo en algún sitio de prestigio, etcétera.
Inspeccionar la solapa nos proporcionará así estimaciones rápidas de la credibilidad del contenido de los libros, pero es un sistema falible. Tanto el texto biográfico como el aspecto físico del autor son bastante fáciles de tunear para aparentar erudición.
Hasta Pilar Rahola, por ejemplo, pasaba por PhD por simple método de apuntar en su bio que tenía dos doctorados.
Y quizá hasta Risto Mejide parecería un divulgador serio si se quitase las gafas de sol, se dejase crecer el pelo y se lo alborotase un poco.
Suena a chiste, pero me temo que tendemos a confiar más de lo normal en cualquier individuo cuyo look evoque un poco al del Dr. Emmett Brown de Regreso al futuro, con los peligros que eso comporta.
Un lector despistado que agarrase un libro de la sección de ciencia del Corte Inglés, mirase la solapa y viese a Eduard Punset con el pelo alborotado y la mirada alegre, podría llegar a creer que se encuentra ante el mejor divulgador que tenemos en España. El ex ministro ha perfeccionado tanto su mimetismo que en algunas fotos hasta nos muestra la lengua en un gesto de entrañable locura que seguramente busca homenajear a Albert Einstein.
El problema es que Punset es el ejemplo paradigmático de autor que no sabe de lo que habla y se hace la picha un lío tratando temas que se le escapan. Un día, después de dedicarse profesionalmente durante años a entrevistar a algunos de los científicos más importantes de nuestro tiempo, afirmó ante las cámaras: “yo he aprendido más de los animales que de los hombres” y puede que estuviese en lo cierto. Logra salirse con la suya porque se dirige a un lector que tampoco es experto en los temas que trata, pero no puede culparse al lector de no dominar todos los temas que trata Punset, porque Punset, como la mayoría de autores de divulgación que hablan de lo que no saben, abarca una cantidad de temas espeluznante. En sus libros salta de una disciplina a otra con la agilidad de un simpático saltamontes. Lo mismo te habla del principio de incertidumbre de Heisenberg que de la flora intestinal del rinoceronte de Sumatra, y lo mismo le da alabar las excelencias del método científico que la psicoastrología kármica o los poderes telequinéticos del doblador de cucharas Uri Geller. Si sabes algo de química igual te das cuenta de que patina cuando exige libertad para los “polímeros encadenados”, pero luego quizá te cuela cosas raras sobre la gestión emocional, y si eres neurólogo igual sospechas que se está inventando lo de que “mediante procesos exclusivamente cerebrales se puede influir en las vinculaciones genéticas y cambiarlas” pero quizá te la cuela luego cuando explica que la primera bacteria “soltaba unas señales preguntando asustada si había por ahí alguien más”, aunque también es verdad que ha llegado a perpetrar algunas punsetadas capaces de crear un desconcierto universal, como la de que “hasta hace muy poco tiempo, éramos lo más parecido que puede haber a los crustáceos, del cuello para arriba éramos idénticos porque la mente estaba dentro y por lo tanto no la veíamos, y en el exterior estaba la calavera o la nuca para que todo el mundo la viera y comprendiera.”
Le han dado un montón de premios por sus labores como comunicador, escritor y pensador, pero cada día son más los escépticos y los gamberros (capitaneados en Twitter por una tal Daurmith) que ven sus programas de la tele y leen sus artículos y sus libros con la única intención de compartir online los fragmentos más disparatados.
Es por todo esto por lo que resulta útil conocer otro truco que nos ayudará a adivinar enseguida si un libro de no ficción incluye ficción, que es tan fácil o más que el de mirar la contraportada pero todavía más fiable. Consiste en abrir el libro por el final y mirar si contiene referencias.
Por referencias no me refiero a que el antiguo jefe del autor nos asegure que es un trabajador puntual y proactivo. Me refiero a que las afirmaciones que aparecen en el libro, o al menos la mayor parte de ellas, estén respaldadas por pequeños numeritos que se correspondan con pequeñas notitas que indiquen de qué estudios o de qué documentos proceden tales afirmaciones.
Parece fácil, y en muchos institutos de educación secundaria tratamos de convencer a los chavales para que incluyan referencias en sus trabajos, y a veces les suspendemos si no las incluyen, pero no todos los editores son tan quisquillosos.
En la España del siglo XXI, encontrar libros con las referencias bien puestas es algo tan poco común que, para no estresarme, he empezado a considerar también como si tuviesen “referencias” los libros que al menos incluyen bibliografía, aunque no es exactamente lo mismo. Con las bibliografías uno nunca puede estar seguro de si indican los libros de los que el autor ha sacado la información o simplemente indican otros libros que tratan el mismo tema. Ni siquiera podemos descartar que las añada luego algún becario de la editorial. Algunos libros de Punset, por ejemplo, contienen bibliografía, pero otros libros suyos publicados en otros sellos carecen de ella.
Cuando tenga mi propia macro-cadena de librerías os pondré los libros de no ficción en estantes separados según si contienen referencias o no las contienen, para facilitar las decisiones de compra, pero hoy día los libros de no ficción suelen estar clasificados por temáticas y, para estimar su credibilidad, hay que ir abriéndolos uno a uno.
Es evidente que algunos géneros se prestan más a las referencias que otros, y no sorprende a nadie que los géneros que más se prestan a las referencias sean también los géneros que menos se prestan a las trolas. A más new age, menos referencias. A más ciencia, más referencias. El gen egoista de Richard Dawkins, La rebelión de las formas de Jorge Wagensberg y el Pensar rápido, pensar despacio de Daniel Kahneman, por ejemplo, contienen referencias, pero no las contienen el Manual del sanador vibracional de Ted Andrews, El yoga tántrico de Jean Riviére ni el Cabaret místico de Alejandro Jodorowsky.
Aunque también es verdad que cuanto más nos adentramos en las ciencias duras como la física o las matemáticas, las referencias se vuelven más escasas, supongo que porque sus autores consideran que sus fórmulas hablan por sí solas o que si alguien no se fía de lo que le estamos contando que se construya su propio acelerador de partículas. Me di cuenta de que el mundo era mucho más complejo de lo que parecía a simple vista cuando caí en que Por amor a la física de Walter Lewin no contenía referencias, pero que sí que las contenía La pareja multiorgásmica de Chia y Abrams.
Las secciones de las librerías dedicadas a la psicología merecen ser exploradas con calma porque en ellas conviven lomo con lomo dos escuelas muy diferentes: la del estudio del comportamiento humano en general (que suele estar más referenciado) y la del estudio del propio ombligo del autor (que suele estar menos referenciado). Desgraciadamente, la mayoría de libros que reparten consejos para ser mejores y triunfar en la vida y en el amor pertenecen a la segunda categoría. Hete ahí el Cómo hacer amigos e influenciar a las personas de Dale Carnegie, el Sex Code de Mario Luna o el Aprenda PNL en sólo 21 días de Harry Alder. Afortundamente, también hay algunos híbridos que tratan de observar científicamente el comportamiento humano en general y a partir de éste extraen una sabiduría que reparten en forma de autoayuda referenciada que puede llegar a ser muy recomendable. Hete ahí el 59 segundos de Richard Wiseman, el Predictably irrational de Dan Ariely, o incluso el How to fail at almost everything and still win big de Scott Adams.
En las biografías buenas también suele haber referencias. En las autobiografías no tanto, porque el autobiógrafo suele considerarse a sí mismo una fuente fidedigna de credibilidad contrastada, como si La vida desaforada de Salvador Dalí fuese a ser menos verosímil que La vida secreta de Salvador Dalí por haber sido escrita por Ian Gibson en lugar de por el propio pintor.
En lo que se refiere a las artes y las humanidades, la mayor parte de autores parecen considerar que las referencias no son necesarias, pero también hay más o menos excepciones dependiendo de cada arte y cada humanidad concreta. En los libros sobre cantantes y grupos de música pop rock, poquitas hay, pero sí que están muy bien referenciados el Escucha esto de Alex Ross, La historia del jazz de Ted Gioia y el Cómo funciona la música de David Byrne. En las artes plásticas, aunque tampoco abundan, las encontré por ejemplo en La vida privada de los impresionistas de Sue Roe y, por supuesto, en todos los libros de Ernst Gombrich. En la sección de cine sólo las encontré en el Moteros tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind, los demás solían contentarse con algunos listados de las películas y sus correspondientes fichas técnicas.
Curiosamente, libros sobre tebeos como el Supercómic y La novela gráfica de Santiago García tienden a estar mejor referenciados que muchos libros sobre otros medios más ligados a lo que se suele considerar la alta cultura. Se nota ahí un esfuerzo consciente por dignificar y darle un poco de respetabilidad al mundo de las viñetas.
Sin embargo, lo que sería especialmente urgente dignificar son los libros de las secciones de deporte, salud y bienestar, porque están jugando con la vida de las personas y en ocasiones de forma bastante imprudente, llegando a recomendar algunas dietas hiperprotéicas que entrañan más peligro que cruzar un puente de Calatrava en un día lluvioso. Algunos libros como El método Dukan de Pierre Dukan dejan a su paso una estela de enfermedades y riesgos metabólicos que harían palidecer a los editores del Necronomicón. No sorprenderá a nadie que no contengan referencias. De hecho, encontrar referencias en un libro sobre comida es más difícil que encontrar una ración de chistorra y patatas bravas en el tupperware de Letizia Ortiz, pero no paré hasta dar con una excepción: el Comer sin miedo de J.M. Mulet.
En las secciones de espiritualidad y de gestión empresarial, ni excepciones encontré. Ahí no había referencias ni en el Dios vuelve en una Harley de Joan Brady, ni en El tao de la salud, el sexo y la larga vida de Daniel Reid, ni en Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva de Stephen R. Covey, ni en el ¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson.
En la popular colección de libros Tal cosa para dummies tampoco.
En las secciones de sociología e historia, sin embargo, sí que abundan los libros referenciados, desde La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper a L’esquella de la Torratxa de Jaume Capdevila, pasando por La conquista de lo cool de Frank Thomas, El holocausto español de Paul Preston o La doctrina del shock de Naomi Klein, pero también hay unos cuantos que se arriesgan a entrar en temas controvertidos sin mencionar fuentes comprobables, como el Cataluña hispana de Javier Barraycoa. Y luego también hay linces como César Vidal que a veces ponen referencias inventadas con la tranquilidad que les da el saber que la mayor parte de nosotros no tenemos tampoco intención de leerlas ni mucho menos de comprobarlas, nos basta con saber que están ahí para sentirnos más arropados.
Más artículos sobre libros y librófilos en Los libros también son cultura.
Ladies and gentlemen, los valientes editores del prestigioso blog Zona Negativa me preguntaron qué era un webcómic y les solté este rollo:
Llevo ya algunos años dibujando viñetitas y poniéndolas en internet. Algunas han salido también en revistas y fanzines, pero la cantidad de lectores que las habrán leído en papel es modesta en comparación con la de lectores que llegan a ellas gracias a la magia de la red de redes.
Un día oí hablar de webcómics y di por sentado que lo que yo hacía era eso. No me calenté mucho la cabeza porque la palabra webcómic tenía toda la pinta de estar formada por dos palabras que creía conocer, y me arriesgué a inferir que un webcómic era un cómic que estaba online.
Pero escribo “webcómic” en el procesador de textos y el corrector ortográfico todavía me lo subraya en rojo, así como dando a entender que la palabra no existe, lo cual podría ser un buen motivo para dejar de usarla si no fuese por la legendaria prudencia de la RAE y por el hecho de que vale la pena sentarse en un sofá cómodo si hay que esperar a que los académicos de la lengua tengan en cuenta cosas que se hayan originado después de que España perdiese las colonias.
Cuando empiezas a aficionarte a algo, lo que sea, igual piensas que las definiciones son lo de menos, pero con el tiempo ves que gran parte de las debates sobre cualquier tema terminan en discusiones sobre semántica y si no hay definiciones consensuadas los argumentos se atascan tontamente como un niño gordo en un columpio. Con lo de los tebeos, cuando llevaba ya un tiempo leyéndolos y dibujándolos, hasta me aficioné a leer de vez en cuando textos teóricos sobre el medio y os voy a confesar que a estas alturas ya ni siquiera estoy seguro de que sean cómics lo que hago cuando creo estar haciendo cómics.
Para la palabra cómic, la RAE sí que tiene definición, dice que es una serie o secuencia de viñetas con desarrollo narrativo.
Algunos estudiosos afirman que, por consiguiente, las viñetas de humor gráfico no son cómics, son otra cosa. Entiendo que si aceptan las viñetas de humor gráfico como cómics les resulta un poco complicado explicar por qué no es un cómic cualquier cuadro o ilustración. Sin embargo, no se lo digáis a nadie pero dentro de mi cabeza las viñetas de humor gráfico sí son cómics. ¿Por qué? Porque a mí primero se me ocurren chistes y decido luego el número de dibujitos y cómo organizarlos, y a veces para expresar una coña necesito toda una página y a veces me basta con una tira de tres viñetas o con una viñeta suelta, y sé que según cómo lo ponga el diálogo tendrá un ritmo u otro y el chiste tendrá más o menos fuerza… pero el método de trabajo, la intención comunicativa y la actitud con la que espero que se lea el resultado son prácticamente idénticos, independientemente del número de viñetas. Es más, a veces cuando uso tres viñetas lo que hago es dibujar sólo una y copiar y pegar los monigotes en las otras. La frontera conceptual que separa un chiste en una viñeta de un chiste en tres viñetas se me antoja mucho más fina que la que separa un chiste en tres viñetas de un chiste en seis viñetas o una novela gráfica de 200 páginas.
Vamos, que quizá una secuencia de n viñetas en la que n=1 ya no es una secuencia de viñetas por la misma razón que el sexo en grupo no suele considerarse sexo en grupo cuando el grupo es de una o dos personas, pero cuando dibujo viñetas sueltas yo sigo teniendo la impresión de estar dibujando cómics cortos.
Como mi principal medio de distribución es mi propia página web, puedo usar cada día un formato diferente y no tengo los quebraderos de cabeza que tendrían los maquetadores de periódicos si un dibujante de tiras cómicas entregase de vez en cuando «viñetas de humor gráfico» en lugar de «tiras cómicas». Quizá arrastramos mapas conceptuales de cuando todos los cómics iban en papel y había que atenerse estrictamente a unos formatos predeterminados. Eso ya pasó. Ahora hay quién habla incluso de lienzos infinitos, pero exageran un poco, suelen referirse a lienzos muy grandes.
Por otro lado, también es interesante que la RAE considere que los cómics deben tener un “desarrollo narrativo”. Eso deja fuera del saco los cómics en los que no sucede nada y también unos cuantos experimentos formales con argumentos abstractos, algunos de autores tan respetados como Art Spiegelman o Robert Crumb, ojo.
En su libro Understanding comics, el gurú y dibujante Scott McCloud daba otra definición de lo que es un cómic que no me atrevería a decir si es mejor o peor que la de la RAE. Según McCloud los cómics son ilustraciones yuxtapuestas y otras imágenes en secuencia deliberada con el propósito de transmitir información u obtener una respuesta estética del lector.
Como la RAE, también da a entender que con una viñeta suelta no vale, hay que yuxtaponer varias, pero en lugar de lo del desarrollo narrativo pone lo de transmitir información o obtener una respuesta estética, que podría significar cualquier cosa, y, encima, con lo de las “otras imágenes” abre la puerta a objetos como los collages y las fotonovelas.
Lo de los collages y las fotonovelas igual cuela, pero no son pocos los estudiosos que creen que la definición de McCloud es demasiado amplia porque también incluye un montón de trastos viejos como la Columna de Trajano o el Tapiz de Bayeux, que tú te los miras y quizá sí que parecen tebeos pero no son exactamente como los tebeos que un librero querría tener en sus estanterías.
Ahí se plantó el prestigioso historiador marxista David Kunzle y dijo que para que algo fuese un cómic tenía que cumplir unas determinadas condiciones entre las que estaba la de aparecer en un medio de masas impreso. Ahora os puede parecer una burrada, pero en su defensa hay que alegar que corrían los años setenta, una trepidante década que fue fabulosa en muchos aspectos pero que carecía de internet.

El Tapiz de Bayeux no sería un cómic porque lo tejieron en lugar de imprimirlo.
A muchos comicófilos les gusta el rollo de Kunzle porque les permite saber mucho de cómics sin tener que calentarse la cabeza con pintorescos tapices normandos y columnas romanas. Según esta escuela de pensamiento, los cómics nacen en los periódicos y cualquier cosa anterior que parezca un cómic no lo es. Los grabados de William Hogarth no son cómics. Las caricaturas de Honoré Daumier no son cómics. Hogarth y Daumier, si acaso son algo, son ancestros, los padres o los abuelos del noveno arte.
Y la simpática consecuencia a la que nos lleva esto es que el estatus de los webcómics como cómics también se tambalea.
Si la Columna de Trajano no es un cómic, quizá tampoco lo son los webcómics. Pero, como algo deben ser y se parecen un montón a los cómics, me ha dado por verlos como hijos de los cómics.
Unos hijos en general muy respetuosos con el legado de la familia, pero que van bastante a su bola, libres, sin ataduras, y, en general, pobres como ratas. La mayoría ni saben que sus yayos están en el Louvre y la National Gallery. Y, como los hijos biológicos, algunos son capaces de grandes logros, pero la mayoría son balas perdidas, más de uno los considera inmaduros, y raramente les dejan jugar con los mayores.
Estamos en la segunda década del siglo XXI y en muchos eventos, concursos y libros sobre tebeos, los webcómics todavía no tienen cabida. Quizá no debería sorprendernos que los amigos de los padres no se enteren de lo que hacen los hijos, pero se me hace raro leer libros chulos y documentados sobre el panorama comiquero actual y que la mayoría de ellos incluyan un total de cero menciones a los cómics publicados en internet. Es como si fuese verdad que no existen o que se trata de algo que no tiene ninguna relación con los tebeos tradicionales.
Tres motivos se me ocurren para explicar este silencio:
El primero es que la mayoría de comicófilos con tribuna se han hecho mayores y andan un poco desconectados de lo que hace la chavalería. Cuando hablan de un revolucionario cambio de paradigma en el sistema de distribución de tebeos suelen referirse a cuando el underground californiano de la época hippie desafió al establishment vendiendo tebeos en las tiendas de pipas de marihuana porque en los quioscos mainstream no los querían.
El segundo es que la mayoría de los webcómics no dan pasta, y es comprensible que la industria recele de aquellos que ofrecen gratis algo que se parece bastante a lo que ellos ofrecen a cambio de dinero. Aunque algunos webcomiqueros sí que han logrado sacarse unos duros, la mayoría parecen webcomiquear por amor al arte. Ni la palabra amor ni la palabra arte están ya de moda, pero la verdad es que crear por crear, sin angustias mercantiles, da una sensación de absoluta libertad muy gustosa. Y, por otro lado, desde el punto de vista del autor, poner cómics online no será una práctica muy lucrativa, pero tampoco es que sea muy lucrativo dibujar cómics para el circuito editorial convencional.
El tercero es que el valor de los webcómics como producto cultural también es microscópico. Muchos aficionados a los cómics todavía andan acomplejados por el hecho de que los tebeos se consideren un arte menor en comparación con la literatura, y no pueden evitar mirar por encima del hombro algo que perciben como todavía más indigno. No es sólo que no haya ningún webcómic a la altura de Crimen y castigo o La divina comedia, es que ni siquiera hay online un Persépolis, un Maus, un Watchmen o un Arrugas.
Es más, yo he oído a gente en apariencia sensata argumentar que nada bueno puede publicarse en forma de webcómic o de libro autoeditado, porque si fuese bueno de verdad los editores se habrían interesado por ello. A mí me parece un poco aventurado confiar tanto en el proceso de selección editorial, pero seré el primero en admitir que los cómics que no son webcómics suelen tener muy cuidado el aspecto gráfico.
Puede tener algo que ver con los procesos de selección y difusión de los tebeos. Los cómics tradicionales primero deben seducir al editor para que los edite y distribuya, luego deben seducir al librero para que los haga un sitio en su tienda, y luego también deben seducir al lector para que pague por ellos. Los cómics digitales, en cambio, son seleccionados a posteriori: son los propios lectores satisfechos los que los difunden.
Algunos de nosotros también hemos recomendado, prestado y regalado cómics en papel a nuestros seres queridos, claro que sí, pero con las viñetas online es infinitamente más fácil, y no debería sorprender a nadie que algo gratis e incorpóreo se distribuya mejor y llegue a más gente que algo físico que vale dinero y que encima te ocupa sitio en las estanterías.
Las cifras de ventas de los tebeos en papel y las estadísticas de visitas a las páginas web no suelen ser públicas, y eso dificulta el proceso de hacer comparaciones serias, pero a modo de ejemplo molón os puedo chivar algunas cantidades referentes a El Estafador. Unas 11.000 personas lo reciben cada miércoles por correo electrónico, 10.000 lo siguen vía Facebook, y 4.000 lo visitan cada semana en elestafador.com. A mí me habrán contado varias veces porque lo recibo por correo electrónico y también lo sigo por las redes sociales, pero, aún así, son unos números muy fardones. No se acercan a las tiradas de los tebeos de antes de que se inventase la tele, pero apostaría a que superan las de muchas novelas gráficas contemporáneas.
Que yo sepa no hay definiciones célebres de lo que es un webcómic a las que pueda acudir como antes acudía a definiciones célebres de lo que es un cómic. No me suena que haya todavía ninguna autoridad consagrada al estudio de la webcomicografía (un indicio de ello es que me hayan invitado a mí a escribir este artículo) pero, de todas formas, sí que he hablado del tema con amigotes que también ponen garabatos online y conozco unos cuantos intentos de hacer una definición un poco más restrictiva que lo de “un webcómic debe ser un cómic que está online”.
Por ejemplo hay quién argumenta que sólo son webcómics los cómics que se publican directamente en internet, excluyendo todos los que se han publicado primero o simultáneamente en formato tradicional (lo que, snif, echaría fuera del saco las tiras de los periódicos). O que sólo son webcómics las obras firmadas por uno o dos autores (lo que, snif, echaría fuera del saco los webcómics colectivos). O que un webcómic debe de tener continuidad de manera que el contenido de su web se amplie más o menos regularmente con nuevas viñetas (lo que, snif, echaría fuera del saco los tebeos que se suben online de sopetón). O que lo interesante de los webcómics es la interacción del autor con los lectores a medida que el cómic se desarrolla (lo que, snif, echaría fuera del saco los webcómics cuyos autores pasan de tener habilitados los comentarios y no se asoman por las redes sociales). Etcétera. Y luego hay quién usa las expresiones e-cómic o cómic electrónico como sinónimo de webcómic, pero también hay quién considera que un e-cómic es diferente, que es un cómic normal pensado para leerse en papel que luego se ha guardado en PDF o en algún otro formato de esos para leerse en soportes electrónicos. Y no veáis ya lo complicado que debe ser entrar en las pantanosas áreas que separan cómics, tebeos y novelas gráficas y en las intersecciones que de estos tres conceptos pueden darse con la tenue frontera entre lo impreso y lo digital.
Dentro de mi cabeza, sin embargo, todos estos matices son bastante inconsecuentes, y los webcómics siguen siendo cómics (me pasa lo mismo que con los cómics y el humor gráfico). No tengo una opinión clara sobre columnas trajanas, pero me cuesta mucho ver cómics y webcómics como entidades separadas, más que nada porque lo que me dio la idea de empezar a subir mis viñetas a la red fue Dilbert.com, que no era otra cosa que la versión online de la popular tira de prensa de Scott Adams.
Cuando salió mi primer álbum recopilando cosas que había publicado ya en mi web me entusiasmé mucho y lo releí un par de veces y, aunque el tacto del papel era estupendo, la esencia del asunto me pareció más o menos la misma, los diálogos eran iguales, los dibujos eran iguales, los chistes eran idénticos. La remuneración económica fue bienvenida, pero no llegaba a las cinco cifras y no consideré prudente dejar mi “trabajo de día”.
Mi profecía es que la palabra webcómic caerá en desuso de forma paralela a como irán cayendo en desuso los cómics en papel. Pronto la inmensa mayoría de viñetas se leerán en soportes digitales y procederemos por comodidad a llamarles cómics a secas. Me lleva a pensar esto el hecho de que cuando mi señora me dice que ha leído una noticia en El País ya doy por sentado que la ha leído en elpais.com, ni se me pasa por la cabeza que haya cometido la locura de salir a la calle con el sol que hace, andar hasta el quiosco y darle unas monedas al quiosquero a cambio de un montón de papelotes con las noticias del día anterior.
Pero por si no hubiese suficiente temeridad en lo de tratar de adivinar el futuro en plan Sandro Rey, ahora voy a hacer otra cosa muy controvertida que es hablar bien de las matemáticas.
Ya es un cliché decir que los cómics se han hecho adultos, pero hoy en día todavía se encuentran pocos cómics en los que las matemáticas no aparezcan como una tortura absurda y sin sentido, y sin embargo las matemáticas molan, entre otras cosas porque primero construyen las definiciones de las cosas y luego, sobre esas definiciones, construyen un cuerpo de conocimiento de una solidez exquisita, y se ahorran así follones como este de tratar de etiquetar a posteriori cosas que ya existen y que seguramente, les pongas el nombre que les pongas, seguirán a lo suyo, sin inmutarse.
De la inmensa mayoría de palabras que usamos en el devenir de nuestras vidas no sabemos tampoco la definición exacta ni falta que nos hace, porque en nuestros cerebros se han almacenado ejemplos que sirven como paradigmas de categorías que ya nos permiten apañarnos en la mayoría de situaciones. Es por ello que, en lugar de profundizar en el debate sobre qué es qué y por qué lo qué, os dejaré con unos ejemplos de cosas que yo diría que son webcómics o, si no lo son, lo parecen: Un respeto a las canas, Everybody!, Sinergia sin control, L’impepinable, Crónicas PSN, El Heptágono de las bermudas, El Sistema D13, Perry Bible Fellowship, Caniculadas, JRMora, Xkcd, Querida suegra, Hansi Reloaded, Astaroth y Bernadette, El Vosque, La luna solitaria, Worst of Oman Janaan, Como los sapos ciegos, Nothing can stop Runninmen, Cyanide and Happiness, El artista y la musa, Cargols, Aquí huele a cerrado, The Wormworld Saga, Caleorn, Conejo Frustrado, Interneteo y aparatuquis, Un millón de monos con máquinas de escribir, Nariz Puntiaguda, No hay papel, Orgullo y pundonor, Htz, El joven Lovecraft, Enchantae, Polar, Paranatural, Sexy Losers, Gargots, La cripta del horror innombrable, Abstruse goose, Saturday morning breakfast cereal, La intrascendencia de Crespito, Garfield minus Garfield, First world problems, Art 88/46, Soy una mierda de sumiso, ¡Eh, tío!, Magenta y los patentados, Vago Lobo en Hamelin, The funny pages, The private eye, Andrea Down, Miau, La legión del espacio, El niño que amaba la crema de espárragos, Vaya juventud, Con dos tacones, Por arte de Birly & Birloke, Pedro y Lobo, Nico & Co, Descataloga2, O vídeo o tele, Body World, Space Avalanche.
Este artículo, otras opiniones sobre lo que es un webcómic, entrevistas, reseñas y análisis, en Universo Webcómic: Tu magazine digital #1.
Ladies and gentlemen, Daniel Bartual ha estado investigando sobre las características y evolución del webcómic en Estados Unidos y en España, para la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia:
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